11 sept 2009

Incoherencias de la cordura

El auto parte dejando una estela grisácea. Ninguno de mis hijos se vuelve a mirarme. Recorro la distancia que me separa de la puerta. Elijo ir por el medio del camino demarcado por dos hileras de rigurosos ligustros rectilíneos. Arrastro mis pies y me regocijo al ver como se deshace la nieve bajo mis suelas. La estructura simétrica del edificio me genera cierto recelo pero no permito que esto me detenga. A ambos lados de la entrada veo ventanas, muchas, organizadas en tres niveles, en columnas equidistantes y perfectas. Golpeo la puerta de madera maciza y espero.
—¿Digamé? —inquiere el portero.
—Vengo a entregarme —le contesto, con una sonrisa franca, y me dispongo a ingresar.
—Un momento por favor —exclama y se interpone en mi camino—, esto no es una comisaría señor, aquí nadie se viene a entregar —me dice en tono amable—. Esta es una institución mental, aquí se ingresa por orden médica ¿me entiende? —y enfatiza con sus manos lo irrevocable del argumento.


—Bueno, si es por eso no hay inconveniente —le digo y vuelvo a sonreír—, uno de los que acaba de traerme, mi hijo mayor, es médico, y fue él quien me ordenó que viniera —y hago un nuevo intento por cruzar el umbral.
—Usted no me entiende señor —y sus manos que hasta hace un momento eran explicativas ahora se vuelven restrictivas—, acá no entra nadie sin una orden médica que certifique que padece una incapacidad mental ¿me comprende? —pregunta ahora en tono paternalista.
Lo observo un instante, mido sus fuerzas, calculo las mías y concluyo que tendrá que ser por las buenas.
—Déjeme que le cuente —le digo, a lo que él suspira, acerca una silla de un costado, y la coloca bajo el umbral. Se sienta con las piernas abiertas, el torso hacia delante, una mano apoyada en su rodilla y la otra tomada del picaporte, dejando ver a las claras quién es el dueño de la situación.
Comienzo mi relato presentándome: “Me llamo Juan Carlos Ferrari y hasta hace poco tiempo fui un hombre rico y poderoso —un ejecutivo que le dicen—. Me llevó casi toda la vida amasar mi fortuna. Años de esfuerzo y sacrificio dedicados a la organización de empresas. Actividad que siempre odié pero que supuse me daría un buen pasar —en lo que no me equivoqué—. Viajé por todo el mundo y visité las ciudades más importantes, aunque debo aclarar que en realidad lo único que conocí fueron aeropuertos, hoteles, y empresas multinacionales, globalización mediante, todos muy similares. Jamás recorrí mis destinos, ni me atreví a probar platos típicos o a mezclarme entre los lugareños. Me casé tres veces y las tres me divorcié. Mi primera esposa era una mujer adinerada. Nuestro matrimonio se pactó como una fusión empresarial y resultó todo un éxito —monetariamente hablando—. Pero nuestra cama era tan fría como ella y la relación duró lo que duraron los réditos. Al tiempo decidió dejarme y asociarse con otro que prometía mayores inversiones. Mi segunda esposa era una mujer muy vinculada. Como dinero no me faltaba, sus contactos me parecieron muy atractivos. Frívola y falsaria, me resultó útil durante un tiempo pero terminó por aburrirme y antes de que la dejara, visionaria ella, me dejó a mí. Mi tercera esposa era muy joven y hermosa. Una muñeca, ideal para lucir en los tediosos eventos de negocios. Más boba que una gallina, la dejé a los pocos meses sin explicación alguna. De cada matrimonio me quedó un hijo —aunque para ser sincero, no podría jurar que los tres sean míos—. Tres varones a los que no vi crecer y que hoy apenas si conozco. Nunca logré acertar el nombre del tercero por lo que es el día de hoy que al pobre le dicen ‘pibe’. Tuve un par de relaciones más pero sólo me significaron inestabilidad doméstica y bancaria. El día que me convertí en un sexagenario y me encontré solo, en una casa enorme, con cuatro deportivos que jamás conduje, dos piscinas que me espantan, infinidad de flores de las que nunca me percaté, y cientos de elementos que ni siquiera usé una vez, ese día me di cuenta de que había malogrado mi vida.”
—¿Digamé si no era para volverse loco? —le pregunto enfático al portero.
—Mire señor, más de uno ha dicho que el matrimonio, por ejemplo, es una locura, yo el primero, no le voy a mentir, pero de ahí a venir a internarse… ¡eso es otra cosa mi amigo!
Estoy decidido a ingresar a la institución a como de lugar así que prosigo con mi historia: “Al día siguiente de mi cumpleaños decidí deshacerme de todo aquello que no me hacía falta. A mis empleados más fieles, a los mozos silenciosos que cada día me servían ‘lo de siempre’, a la cieguita de la florería, tan dispuesta ella, al diariero que nunca me falló, al barrendero de los tangos tristes, y a todos a quienes apreciaba por los detalles más sencillos, a todos ellos les fui regalando mis pertenencias. A mis hijos les legué un par de propiedades a cada uno y algo de efectivo, y el resto de los bienes lo doné a entidades de bien público. Me quedé sólo con una de las tantas propiedades que tenía. Una casa modesta pero cómoda, con un gran parque. Mis actividades como ejecutivo quedaron olvidadas y comencé a dedicarme a todo lo que siempre había deseado: la jardinería, la ornitología y el origami. Cultivaba hortalizas y flores en el fondo de mi casa y cada día me dirigía al parque a avistar aves, sacar fotografías y a arrojar barquitos de papel al lago. Pronto me hice conocido y muchos me acercaban hojas de colores para que les hiciera figuras a cambio de monedas. Mis embarcaciones, aviones, ranas y grullas se convirtieron en una gran atracción para niños y grandes. ¡Hay que ver lo generosa que se vuelve la gente a cambio de un pedacito de infancia!”.
—Disculpe que lo interrumpa pero ¿qué vendrían a ser la ‘hornología’ y el ‘hormigami’? —me pregunta interesado el portero.
—La ornitología es la ciencia que estudia los pájaros y el origami… ya le muestro —e inmediatamente saco del bolsillo un cuadradito de papel metalizado y en un abrir y cerrar de dedos le acerco una diminuta y perfecta flor con pétalos de plata.
—¡Pero qué maravilla! —exclama entusiasmado, pero al instante muda ese gesto infantil que por un momento lo invadió y adopta uno de ceño fruncido y mirada torva —¿Y usted dejó todo lo que tenía por esto? —me pregunta incrédulo señalando mi efímera creación.
Me limito a sonreír y continúo: “La primera en tocar a mi puerta fue Clarita. De apenas 16 años, madre soltera de trillizos. Salió por la tele y todo. Sus quince minutos de fama le bastaron para conseguir tres bolsones de pañales y un par de latas de leche que pronto se acabaron. Le cedí la habitación principal y me trasladé a una más pequeña. Después llegó el ‘Manco Maravilla’. Un malabarista callejero que con su única mano era capaz de mantener hasta cinco esferas en el aire. Un día un conductor impaciente arrancó antes de que el semáforo diera el verde y lo golpeó de frente. Desde aquel día ni las esferas ni su mano volvieron a obedecerle. También apareció una vedette ya grande que había tenido que cambiar las tablas por las esquinas oscuras debido a un problema de pie plano que sus curvas, ya vencidas, no lograron redimir. Adoptamos un lorito mudo que encontramos en una jaula, abandonada por ahí, y también a Monchito, un perro casi ciego que estuvo a punto de morir sacrificado. Formábamos un grupo bastante singular pero podría decirse que éramos lo más felices que alguna vez habíamos sido. Sin embargo, a mí me faltaba algo. Me faltaba Dorita, mi novia de la infancia, mi primer y único amor. Me decidí a buscarla. Supe que se había casado y luego enviudado, y que no había tenido hijos. En uno de sus antiguos trabajos me dieron su dirección. La casa estaba cerrada pero preguntando la encontré en lo de una vecina. Seguía siendo tan hermosa como la recordaba pero padecía una terrible enfermedad. Su mirada y su conciencia habían quedado perdidas para siempre. Pero su risa… Su risa seguía siendo la misma, ese trino dulce y melodioso que yo recordaba y que tanto había añorado. Y cuando la escuché —porque debo decir que se reía gozosa a cada instante— todo lo que alguna vez sentí por ella volvió a mí. Por supuesto que la llevé a casa para atenderla como se merecía y me juré que nunca más volveríamos a separarnos.”
—¿Usted me está cargando? —me increpa el portero mirando para todos lados como buscando al responsable de la broma.
—¿Cómo se le ocurre? —exclamo mientras armo un gorrito de papel y me lo coloco en la cabeza para protegerme un poco de la nieve que ahora cae copiosa— Dejemé que termine de contarle ¿quiere? —y prosigo: “Ayer por la tarde, cuando volvía del parque, me encontré con que mis hijos habían irrumpido en nuestra casa y habían desalojado a todos. También retiraron lo poco que teníamos. Estaban molestos por la manera en que dispuse de lo que ellos consideraban su herencia y me amenazaron con declararme incompetente ante la ley si no me retractaba. Accedí a hacerlo sólo por una cosa: que me dijeran adónde habían llevado a Dorita.”
—Sí, ya sé, no me diga nada —se me adelanta el portero—, la trajeron para acá.
—¡Exactamente! ¿Se da cuenta por qué tengo que ingresar? —exclamo feliz al ver que finalmente nos entendemos.
—Sí Sr. Ferrari, me doy cuenta perfectamente —me contesta en un tono de amabilidad casi excesiva—. Vaya poniéndose cómodo mi amigo porque algo me dice que usted se queda —y camina a mi lado, su mano sobre mi hombro, en gesto afectuoso, mientras me habla de su nieta y de lo mucho que le va a gustar mi flor de celulosa.
Avanzo hacia un ventanal que da a una arboleda añosa y observo la quietud de las aves en la fronda helada. En la valija traigo mi cámara fotográfica y cientos de pliegos de papel. Mis bolsillos están repletos de semillas y de bulbos y, a lo lejos, alcanzo a oír un gorjeo de miel que me resulta familiar. Es ella. Todo va a estar bien me digo.

15 comentarios:

  1. ¡Bellísimo, espectacular, conmovedor! ¡¡¡me encantó!!! besos
    anhir

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  2. ¡Pobre Ferrari! El suyo, no el mío. No, no deliro, yo también tengo un Ferrari por ahí, pero mejor tenerlo lejos.
    Volviendo al tema: es como digo yo, la plata no hace la felicidad. Algunas veces le damos tan poco valor a las cosas simples que de verdad llenan y complacen nuestras vidas. Mireló al Ferrari con su origami, y sus fotografías, y aquel amor nunca olvidado.

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  3. Ceciiiiii!!! sos una guachaaaaa!! Tengo dos lagrimones bajando por mi cara...que belleza!! Que cuento más bello, que hermosura, por favor!
    Aplausos, maestra!

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  4. Anhir, gracias!!! Me emociona que guste lo que hago. Muchas veces me sorprende, como hoy por ejemplo... Gracias!
    Cariños,
    Ceci

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  5. Don Checho, la felicidad es como una pompa de jabón, nos sorprende, es bella, perfecta, efímera... y hay que disfrutarla mientras perdura en el aire y se pierde tan súbitamente como se originó... (¡Qué metáfora! jajajajaja... lo siento, no puedo mantener la solemnidad por mucho tiempo...)
    Yo conozco un Ferrari también que ni le cuento mire!!!
    Cariños,
    Ceci

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  6. Lils ¿te parece? Es uno de mis cuentos más loquitos (dijera mi viejo)... Nunca puedo anticipar cuál será la reacción de los lectores, por ahí pienso, lo van a odiar y les gusta!!! He optado por escribir lo que me sale y si se nota que estoy medio chapuza... y bueeeeenooooooo...
    Gracias por el apoyo, vienen bien las palabras de aliento. Ya me bailé un Nguillatún para que me diluvie la lluvia de Glo por estos lados... http://blogs.clarin.com/clubdelaserpiente/2009/9/11/agua-bendita-Besote!
    Ceci

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  7. Gente, me tomé la libertad de sacar las letras de confirmación de cada comentario porque rompen los coquitos... Aquel que crea conveniente restituirlas por cuestiones que yo desconozco, que lo haga por favor... Gracias!

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  8. ¿Será que entre chapuzas nos entendemos? jajaja...mirá, Ceci, yo no suelo emocionarme fácilmente al leer un texto, pero cuando además del componente emotivo que sin dudas tiene este texto, está TAN BIEN narrado, me emociono de verdad.
    Está bien lo de eliminar eso, yo lo había pensado y luego se me olvidó.
    Besitos

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  9. Cuanta belleza Ceci!! Me encantó tu cuento!

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  10. qué hermoso ceci, una ternura!! sos una maestra escribiendo!! se me puso la piel de pollo!! qué relato conmovedor.. gracias!!!

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  11. Howlin, muchas gracias!

    Cla, me halaga conmover a una artista como vos, gracias!!!

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  12. Perdón, perdón, estoy probando...
    Cambio y fuera.

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  13. Bello, demasiado literario, pero bello. Se necesita acumular años para cercionarse de la finitud. Bueno es, abrir los ojos cuanto antes. Maravilla ver, en los jóvenes, cómo se ha descubierto tal intrículis; me costó, una porrada de tiempo descubrírlo. Con todo, me encantó. Bssss. Àngeles

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  14. Gracias Ángeles, me alegra que te haya gustado...
    Saludos,
    Ceci

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