De la serie Cuénticos.
Introducción
Supongo que porque la necesidad se disfraza de posibilidad y nos induce, como en la ruleta, a coronar un solo número teniendo 36 en contra. Pensamiento mágico que le dicen.
Por suerte – o por desgracia- la necesidad disfrazada suele ser bilateral. Entonces atraemos a otro necesitado que finge no necesitar, y como ambos fingimos, puede pasar que nunca nos enteremos cuál era la real necesidad, o lo que es peor, ni nos demos cuenta de que teníamos una necesidad. (Todo eso suele simplificarse con la palabra amor)
Entonces el entusiasmo inicial de él por acompañarme a tomar mate al bosque energético tenía el mismo origen que mi entusiasmo por concurrir a su taller literario. La necesidad agitaba y hacía sonar las fichas en nuestras manos.
- ¿Te parece?- me dijo, arrugando la frente la tercera vez que lo propuse- ¿Otra vez al bosque ése? Habiendo cincuenta kilómetros de playa…
- El bosque ése – le dije- es un lugar especial.
- Está bien, es lindo, es pintoresco, es fresco, pero hay miles de lugares más cerca para ir a tomar mate.
-No es tan lejos. En media hora estamos.
Pensé en agregar que la energía del lugar y no los mates era lo importante. Que tan así era que había despertado el interés de la comunidad científica internacional y que el mismísimo Einstein había venido…
Me callé porque no quise escuchar otra vez que eso era puro chamuyo de pseudo-científicos, impreso con errores de ortografía y pésima sintaxis en un folleto dirigido al iluso turista new age. Sacando lo de turista, todo eso vendría a ser yo.
Hubo un tiempo de vaivenes de la bola alrededor del cilindro en que se equilibraban las hostilidades por fuera y las afinidades por dentro (de las sábanas). Provista con un arsenal de estrategias de seducción y mi álbum de fotos tomadas en el bosque trataba de explicarle que eso que se veía como manchitas, algunas blancas, otras con forma y color en su interior, eran ORBS, círculos de energía o tal vez microscópicas criaturas que se concentran en lugares de alta vibración espiritual; como el bosque energético. A lo que él retrucaba que eso pasa comúnmente con las cámaras digitales por algún efecto o defecto de la lente. Acto seguido cambiaba de tema y me enseñaba a armar un mapa conceptual o wathever como paso previo de la escritura de mi novela.
Yo me mordía la lengua para no decirle que mi repentino interés en la literatura obedecía más bien a que si iba a experimentar una relación donde pudiera ser yo misma al 100% me apetecían los hombres con barba candado y ojos oscuros que escriben libros que tienen su foto en la contratapa. Que si además huelen a perfume varonil no solo era capaz de inscribirme en su taller y fingir interés en escribir una novela, sino también creérmelo. Me lo callaba sin perder de vista las fichas apostadas. No de nuevo, decía.
Así que fui llenando la heladera – por fuera- con papeles sostenidos con imanes, sistema que me pareció el más divertido para armar mi mapa conceptual o whatever. Ahí iba anotando el nombre de los personajes, sus parentescos, perfiles psicológicos, el orden cronológico, los flashbacks, los flashforwards y todas esas palabras que suenan tan bien cuando sabés pronunciarlas.
Hasta que una ráfaga de viento impulsada por dos ventanas opuestas que se abren simultáneamente –nada en el universo es aleatorio- hizo volar los papelitos, junto con los stikers de deliverys y el mini almanaque al piso de abajo. No más mapa conceptual o whatever. Que alivio.
Ahí pude al fin mirar de frente a mi ruleta imaginaria y aceptar con resignación que la bola ya había caído en el cero y yo tenía mi apuesta – como siempre- en negro el once.
Mientras trataba de recuperar los stikers y el mini almanaque, sostenida por los pies de la baranda del balcón , me pregunté cuánto tiempo le lleva a uno atreverse a mirar el paño para ver como el rastrillo voraz te arrebata las fichas. Me dije que cada vez menos, si es que asimilamos experiencia. Quedé conforme con mi respuesta, aunque no contenta.
La cruda verdad era que a Escéptico no le interesaban los orbs, ni la new age, ni los cambios de paradigma. Mucho menos los duendes del bosque de los que nunca me animé a hablarle. Tampoco tuve valor para preguntarle que fue lo que lo hizo interesarse en mí, pero estaba claro que no fueron las luces que me rodean cuando me siento a meditar sobre el suelo acolchado de hojas, ni la danza de huellas duplicadas en la arena al atardecer, ni mis conversaciones con el interior del tronco del pino central. Más que obvio era que nunca compartiría mi fascinación por el susurro de las olas, ni me acompañaría hasta el portal de entrada al mundo elemental entre los médanos, oculto atrás de unos elegantes bambúes.
Y no es que sea un mal tipo, no, a Escéptico le resulta imposible ver el mundo como yo lo veo. A pesar de esos ojos que hacen tanto juego con su barba candado, de esa boca a la que le calza cómoda la sonrisa y de su magnífico arte de contar historias en las que lo que (para mí) es importante no tiene cabida.
Cuando le dije que el viento me había hecho un favor al llevarse el mapa conceptual o whatever de la novela que nunca tuve deseos de escribir y que me iba al bosque a tomar mate porque no había nada que me interesara más que ser yo misma al 100% me miró sin mirarme. Supongo que estaba viendo como la bola caía y el rastrillo se llevaba sus fichas. Como buen jugador se palpó los bolsillos para ver si tenía más. Creo que tenía, porque me dejó las llaves y se fue rápido, después de murmurar golpeándose la frente:
-Que mala leche. Nunca me gustó el 22.
Lloré un par de días, no lo voy a negar. Después revisé la cartera y confirmé que me quedaban unas pocas fichas, de un alto valor, eso sí. Lo pensé bien y me propuse que antes de apostar de nuevo, mejor me dedico a investigar por mi cuenta de que se trata el “yo misma”.
.
Con este texto, que sirve como introducción a la serie “Cuénticos” que continuará publicándose en mi blog personal el año que viene, me despido del Octavo Círculo hasta mediados de Febrero en que volveré a compartir con mis compañeritos circuleros el placer de escribir en este espacio comunitario. Les deseo a todos lo mejor de lo mejor y nos estamos viendo.
Abraxos
Introducción
Reconozco que hubo un tiempo en el que sufrí el síndrome de Mesías, pero fue mucho antes de mi relación con Escéptico. La pulsión por predicar mi verdad había disminuido a raíz de algún estrepitoso fracaso que no recuerdo, así que en el momento en que lo conocí solamente me obsesionaba el deseo de experimentar una relación de pareja donde yo pudiera ser yo misma al 100%. Sin tratar de cambiar al otro pero manteniendo en lo alto la bandera de mis convicciones. Paradoja. No lo había logrado con Rústico, ni con Simpático, ni siquiera con Lúdico. ¿Por qué creer que funcionaría con Escéptico?
He de tener mis dudas,
pero he de asumir el riesgo
por ese 1 por 100.
Por ese 1 por 100 de gente que puede comprender,
se ha de asumir el riesgo.
He de cantar la canción,
sabiendo que quizá nadie la entenderá.
He de pintar el cuadro,
sabiendo que quizá no haya nadie que lo aprecie".
Supongo que porque la necesidad se disfraza de posibilidad y nos induce, como en la ruleta, a coronar un solo número teniendo 36 en contra. Pensamiento mágico que le dicen.
Por suerte – o por desgracia- la necesidad disfrazada suele ser bilateral. Entonces atraemos a otro necesitado que finge no necesitar, y como ambos fingimos, puede pasar que nunca nos enteremos cuál era la real necesidad, o lo que es peor, ni nos demos cuenta de que teníamos una necesidad. (Todo eso suele simplificarse con la palabra amor)
Entonces el entusiasmo inicial de él por acompañarme a tomar mate al bosque energético tenía el mismo origen que mi entusiasmo por concurrir a su taller literario. La necesidad agitaba y hacía sonar las fichas en nuestras manos.
- ¿Te parece?- me dijo, arrugando la frente la tercera vez que lo propuse- ¿Otra vez al bosque ése? Habiendo cincuenta kilómetros de playa…
- El bosque ése – le dije- es un lugar especial.
- Está bien, es lindo, es pintoresco, es fresco, pero hay miles de lugares más cerca para ir a tomar mate.
-No es tan lejos. En media hora estamos.
Pensé en agregar que la energía del lugar y no los mates era lo importante. Que tan así era que había despertado el interés de la comunidad científica internacional y que el mismísimo Einstein había venido…
Me callé porque no quise escuchar otra vez que eso era puro chamuyo de pseudo-científicos, impreso con errores de ortografía y pésima sintaxis en un folleto dirigido al iluso turista new age. Sacando lo de turista, todo eso vendría a ser yo.
Hubo un tiempo de vaivenes de la bola alrededor del cilindro en que se equilibraban las hostilidades por fuera y las afinidades por dentro (de las sábanas). Provista con un arsenal de estrategias de seducción y mi álbum de fotos tomadas en el bosque trataba de explicarle que eso que se veía como manchitas, algunas blancas, otras con forma y color en su interior, eran ORBS, círculos de energía o tal vez microscópicas criaturas que se concentran en lugares de alta vibración espiritual; como el bosque energético. A lo que él retrucaba que eso pasa comúnmente con las cámaras digitales por algún efecto o defecto de la lente. Acto seguido cambiaba de tema y me enseñaba a armar un mapa conceptual o wathever como paso previo de la escritura de mi novela.
Yo me mordía la lengua para no decirle que mi repentino interés en la literatura obedecía más bien a que si iba a experimentar una relación donde pudiera ser yo misma al 100% me apetecían los hombres con barba candado y ojos oscuros que escriben libros que tienen su foto en la contratapa. Que si además huelen a perfume varonil no solo era capaz de inscribirme en su taller y fingir interés en escribir una novela, sino también creérmelo. Me lo callaba sin perder de vista las fichas apostadas. No de nuevo, decía.
Así que fui llenando la heladera – por fuera- con papeles sostenidos con imanes, sistema que me pareció el más divertido para armar mi mapa conceptual o whatever. Ahí iba anotando el nombre de los personajes, sus parentescos, perfiles psicológicos, el orden cronológico, los flashbacks, los flashforwards y todas esas palabras que suenan tan bien cuando sabés pronunciarlas.
Hasta que una ráfaga de viento impulsada por dos ventanas opuestas que se abren simultáneamente –nada en el universo es aleatorio- hizo volar los papelitos, junto con los stikers de deliverys y el mini almanaque al piso de abajo. No más mapa conceptual o whatever. Que alivio.
Ahí pude al fin mirar de frente a mi ruleta imaginaria y aceptar con resignación que la bola ya había caído en el cero y yo tenía mi apuesta – como siempre- en negro el once.
Mientras trataba de recuperar los stikers y el mini almanaque, sostenida por los pies de la baranda del balcón , me pregunté cuánto tiempo le lleva a uno atreverse a mirar el paño para ver como el rastrillo voraz te arrebata las fichas. Me dije que cada vez menos, si es que asimilamos experiencia. Quedé conforme con mi respuesta, aunque no contenta.
La cruda verdad era que a Escéptico no le interesaban los orbs, ni la new age, ni los cambios de paradigma. Mucho menos los duendes del bosque de los que nunca me animé a hablarle. Tampoco tuve valor para preguntarle que fue lo que lo hizo interesarse en mí, pero estaba claro que no fueron las luces que me rodean cuando me siento a meditar sobre el suelo acolchado de hojas, ni la danza de huellas duplicadas en la arena al atardecer, ni mis conversaciones con el interior del tronco del pino central. Más que obvio era que nunca compartiría mi fascinación por el susurro de las olas, ni me acompañaría hasta el portal de entrada al mundo elemental entre los médanos, oculto atrás de unos elegantes bambúes.
Y no es que sea un mal tipo, no, a Escéptico le resulta imposible ver el mundo como yo lo veo. A pesar de esos ojos que hacen tanto juego con su barba candado, de esa boca a la que le calza cómoda la sonrisa y de su magnífico arte de contar historias en las que lo que (para mí) es importante no tiene cabida.
Cuando le dije que el viento me había hecho un favor al llevarse el mapa conceptual o whatever de la novela que nunca tuve deseos de escribir y que me iba al bosque a tomar mate porque no había nada que me interesara más que ser yo misma al 100% me miró sin mirarme. Supongo que estaba viendo como la bola caía y el rastrillo se llevaba sus fichas. Como buen jugador se palpó los bolsillos para ver si tenía más. Creo que tenía, porque me dejó las llaves y se fue rápido, después de murmurar golpeándose la frente:
-Que mala leche. Nunca me gustó el 22.
Lloré un par de días, no lo voy a negar. Después revisé la cartera y confirmé que me quedaban unas pocas fichas, de un alto valor, eso sí. Lo pensé bien y me propuse que antes de apostar de nuevo, mejor me dedico a investigar por mi cuenta de que se trata el “yo misma”.
.
He de cantar la canción,Lils
sabiendo que quizá nadie la entenderá.
He de pintar el cuadro,
sabiendo que quizá no haya nadie que lo aprecie".
Con este texto, que sirve como introducción a la serie “Cuénticos” que continuará publicándose en mi blog personal el año que viene, me despido del Octavo Círculo hasta mediados de Febrero en que volveré a compartir con mis compañeritos circuleros el placer de escribir en este espacio comunitario. Les deseo a todos lo mejor de lo mejor y nos estamos viendo.
Abraxos
Escéptico no lo era tanto.
ResponderEliminarCreyó que podría, aunque fuera una locura.
El 22 nunca le gustó y sin embargo lo intentó.
Escéptica, ella lo fue. No creyó ser feliz si no había adaptación del afuera a su 100% ella.
Desconfianza o duda de la eficacia de algo, el escepticismo no es 100% garantía.
¡Mirá quien apareció! ¡La defensora de Escépticos y ausentes! juaz.
ResponderEliminarMe gusta tu visión cuestionadora de la cosa, siempre honesta, nunca conciliadora porque sí.
Tus comentarios son siempre como tomar un poco de mi propia medicina.juaz!
Sabés que Jacintita? TENÉS RAZÓN.
Lo que pasa es que la protagonista me parece que siempre hacía lo mismo: boicoteaba todo lo que supusiera un compromiso, porque en realidad se quería quedar sola. :-)
yes
ResponderEliminarel buey solo bien se lame...pero ¡qué aburrido es ser tan cómoda! jaja