I
Raimundo Galarssa era un hombre de pocas palabras. Más de un “si” o un “no” era lo único que se le podía sacar.
Galarssa era parco para el diálogo, lo suyo pasaba más por lo gestual: un movimiento de cabeza, un encogimiento de hombros, un levantamiento de cejas, alguna que otra seña con sus manos, cosas así.
Por eso, cuando ese día se acercó a mí a la mesa del bar, se sentó, y me dijo que quería hablar conmigo, casi me caigo de culo de la emoción.
II
Galarssa tiene rasgos duros, como si hubiera sido hecho a cincelazos. El pelo oscuro y grasoso se le pega al cráneo. Es alto; y aunque no es musculoso, es de complextura grande. Sus manos son enormes, y cada dedo de él sería como dos de los míos. Tiene su taller a dos cuadras de mi consultorio. Galarssa es carpintero, hace maravillas con la madera. En mi casa, y en el consultorio, hizo a nuevo todos los muebles. Son de una exquisitez tal, que uno realmente duda, viéndolo a Galarssa, que aquello saliera de sus manos.
Pero como les contaba, aquel día Galarssa se acercó a mí mesa, tomó asiento, y me dijo que quería hablar conmigo.
-Por supuesto, Galarssa. ¿En que lo puedo ayudar?- le dije yo, doblando el diario que estaba leyendo y prestándole toda la atención del caso.
-Se que usted es un hombre que ha viajado, doctor- me dijo él.
-Nada de doctor, mi amigo. Llámeme Julito, como todos. Y tampoco he viajado tanto, solamente a Buenos Aires para alguna conferencia y nada más.
-Es por eso mismo que lo molesto, doctor Julito.
-Julito a secas.
-¿Asecas es su apellido?
-No. Le digo que me llame Julito solo, sin el doctor.
-¿Qué? ¿Ya no es doctor?
-Mire, Galarssa, llámeme como quiera, ¿si? Ahora dígame: ¿qué necesita?
-Quiero ir a probar suerte a Buenos Aires, doctor. Creo que acá, en el pueblo, ya alcancé mi techo y quiero ir por más.
-¿Irse a Buenos Aires? Mire mi amigo: Buenos Aires no es para cualquiera. Es una jungla. Si te pueden pisar la cabeza, te la pisan. Usted acá es Raimundo Galarssa, el carpintero. Allá no va a ser nada.
-Igualmente me gustaría probar. De última, me vuelvo y listo.
-Como quiera, Galarssa. ¿Y para qué me necesita?
-Quería saber si usted me podría dar alguna dirección adonde parar. No conozco la ciudad, y como usted dice, es una jungla.
-Puedo ayudarlo, no se preocupe. ¡Don Tito!- pegué el grito hacia la barra.
-¿Qué pasa?- dijo Don Tito.
-¿Me puede prestar papel y lápiz, por favor?
-¿Y para eso tanto grito?
-Disculpe, Don Tito. La próxima vez que vaya al consultorio no le cobro la consulta, ¿está bien?
-¡Si yo no me enfermo nunca! ¡Soy fuerte como un toro!
-Uno nunca sabe, Don Tito. Mejor prevenir que curar.
-Y yo prevengo- dijo Don Tito ya en la mesa, alcanzándome un bloc de hojas y un lápiz cortito-. Todos los días me como una cabeza de ajo. No hay bicho que se resista a eso, doctor.
-Bueno, pero no lo comente porque si no me voy a quedar sin pacientes, Don Tito. ¿Un lápiz más largo no tiene?
-¿Para qué? Si ese todavía sirve.
-Ta’ bien. ¿Puede ser un cortadito? Galarssa, ¿lo puedo invitar con algo?
-Una cañita, por favor.
-Perfecto. Un cortado para mí y una cañita para el amigo Galarssa, Don Tito.
-Ya se lo mando.
III
En una de las hojas del bloc anoté una dirección con un nombre y se lo pasé a Galarssa.
-No lo pierda, Galarssa- le dije-. Cuando usted se suba al tren yo hago un llamado y esta persona lo va a estar esperando en la estación. Le va a dar alojamiento gratuito como un favor para mí. Es una pensión en la Boca, donde yo viví mientras cursaba medicina. Quedamos muy amigos con la dueña, ella me quería como un hijo, y siempre que paso por Buenos Aires voy a visitarla.
-Muchas gracias, doctor. ¿Hay alguna forma de recompensarle por esta molestia?
-Ninguna, Galarssa. Y no insista porque me voy a indignar.
-Le agradezco nuevamente, doctor. Mañana a la mañana me subo al tren.
-Ahí estaré, despidiéndolo.
-Hasta mañana, doctor.
-Hasta mañana, Galarssa.
Hora después, ya de madrugada, apoltronado en mi sillón favorito, leyendo una novela policial para hacer más llevadero este maldito insomnio que hace meses me tiene a mal traer, se me vino a la mente que Galarssa, a pesar de ser un hombre de pocas palabras, tenía un léxico bastante pasable.
IV
Al otro día, como prometí, estaba en el andén esperándolo a Galarssa. Este llegó un rato después, vestido con un traje que le quedaba medio corto, y una maleta que había visto tiempos mejores.
Se paró a mi lado y ambos miramos como el tren se iba acercando hasta detenerse delante de nosotros.
-Bueno, Galarssa, le deseo la mejor de las suertes. No se olvide que aquí deja gente que lo estima.
-Gracias, doctor. Se que si las cosas no me salen bien puedo volver con la frente alta al lado de mis coterráneos.
Se subió al vagón y desde la ventanilla me dijo:
-Me tengo fe, doctor. Me tengo fe.
V
Gracias a mi amiga Tinita, la dueña de la pensión, supe que Galarssa estuvo viviendo allí seis meses. Un día se despidió de Tinita, le agradeció su hospitalidad, y desapareció.
VI
Venía de una urgencia, bajando de la colina de los Freya y tomando el camino de tierra que llevaba al pueblo. En la parte de atrás de la carreta llevaba una gallina y dos tartas de manzana como parte de pago de mi trabajo. Cuando vine al pueblo sabía que no me iba a ser rico, pero eso era lo de menos. Mis honorarios se pagan en especies, como todo en el pueblo. La falta de dinero ha dejado de ser un problema para nosotros.
Por el camino lo veo venir a Germán, el hijo de los Fernández. Se puso a la par de mi carreta con su caballo.
-Hola, Germán. ¿Cómo estás? ¿Y tus padres?
-Hola, doctor. Bien, gracias. ¿Se entero de las novedades?
Sofrené a Ramiro, mi caballo, y me acomodé para mirarlo mejor a Germán.
-¿Qué novedades?- le pregunté.
-¿Se acuerda del carpintero?
-¿El carpintero? ¿Vos decís Galarssa?
-No sé como se llama, pero era carpintero acá en el pueblo.
-¿Cuál es la noticia?
-Volvió.
VII
Lo primero que vi fue un auto parado en el bar. Un buen auto, importado. La gente se paraba al lado para admirarlo. Algún osado hasta se animó a tocarlo, pasándole la mano sobre el capot.
Entré al bar.
En una mesa, vestido con un elegante traje, estaba Galarssa. Me acerqué con una sonrisa y estirando mi diestra. Galarssa se paró, corrió la silla, y estrechó mi mano, atrayéndome contra él y abrazándome.
-¡Doctor!- me dijo al oído-. ¡Que gusto volver a verlo! ¡Tres años sin saber de usted!
-Igualmente, Galarssa. Ahora, si es tan amable, aflójele al abrazo que me está dejando sin aire.
-Disculpe, doctor. Me dejo llevar por la emoción, ¿sabe? Mire, le traje un regalo, un pequeño presente para usted.
Me tendió un paquete envuelto en un sobrio papel madera. Lo abrí y había una caja. Y dentro de la caja, otra caja más pequeña.
Lo miré a Galarssa y este hizo un gesto con las manos como de “siga, siga”. Así que seguí con la otra caja. Como suponía, dentro había otra caja, pero esta mucho más pequeñita que las anteriores. Era ya imposible que dentro de ella hubiera una caja más. La abrí y me encontré con unas llaves.
Volví a mirarlo a Galarssa haciendo un gesto con mi mandíbula como diciendo “¿y?”.
Galarssa señaló para afuera.
Me acerqué al ventanal para ver que señalaba y solo vi el auto.
Lo miré de nuevo a Galarssa y volví a mirar el auto. Luego miré las llaves que tenía en mi mano y nuevamente el auto y a Galarssa. Este tenía una sonrisa de oreja a oreja y asentía con la cabeza.
-¿El auto?- solo atiné a decir.
VIII
-Me fue bien, no me puedo quejar- decía Galarssa.
Estábamos en mi casa. Había tirado unas tiras de carne en la parrilla y tres choricitos y lo acompañamos con una ensalada de lechuga con mucha cebolla y cinco botellas de buen vino. Ahora hacíamos la digestión sentados tranquilamente en el estudio. El estudio no es más que una biblioteca repleta de libros de medicina y otras yerbas, pero es tranquilo y relajante.
-Empecé con unos trabajitos chiquitos, pero después agarré un laburo grande y ahí pegué el salto.
-Era de imaginarse, Galarssa. Sus muebles siempre fueron de una exquisitez única.
-¡Nooooo! ¡Lo de los muebles nunca más! Acá me cagaba de hambre con eso. No me iba a ir a Buenos Aires para seguir con lo mismo. No, de ninguna manera. Allá me dedique a otra cosa.
-¿Ah, si?- me interesé-. No sabía nada. Cuénteme, por favor.
-¿Se acuerda de la señorita Romina?
-¿La maestra del colegio?
-Si.
-¡Como no me voy a acordar! ¡Inteligentísima mujer!
-Concuerdo con usted. Ella me inculcó el gusto por la lectura. ¿Y sabe con que libro? Robin Hood. Ese libro me abrió la cabeza y me hizo ver las cosas de otro modo.
-No le entiendo, Galarssa. ¿Qué tiene que ver Robin Hood en todo esto?
-Robin Hood se levantó contra el sistema, doctor. El creía en la repartición justa de la riqueza. Robaba a los que más tenían para dárselos a los que menos tenían. Claro que una parte se la quedaba él como gastos administrativos. El tema del papeleo, ¿sabe?
-Le vuelvo a repetir que no lo entiendo, Galarssa.
-Doctor- me dijo él muy serio, acercando su cara a la mía, mirándome a los ojos sin un pestañeo-, me convertí en Robin Hood.
IX
-¿Es usted un malhechor, Galarssa?- pregunté sin darme cuenta del arcaico término que había utilizado.
-No sé lo que es eso, doctor. Yo sólo soy Robin Hood.
-Robin Hood no dejaba de ser solamente un asaltador de caminos, Galarssa. Un vulgar ladrón.
Galarssa se echó para atrás. Había cambiado la cara. Se pasó la mano sobre su pelo graso y suspiró.
-No soy un ladrón, doctor.
-¿Y entonces qué es? Mire, Galarssa, usted me ha decepcionado. Le tengo que pedir que, por favor, se retire de mi casa.
Me levanté y Galarssa me imitó. Comencé a caminar hacia la puerta, pero Galarssa se quedó parado. No les voy a mentir si les digo que en ese momento tuve miedo. De pronto, Galarssa se acomodó el saco y caminó hacia mí.
-No quiero incomodarlo, doctor- me dijo mientras abría la puerta de calle-. Ya me estoy volviendo para Buenos Aires. Le agradezco la cena y el vino. Buenas noches, doctor.
-Tome, esto es suyo- le dije yo tendiéndole las llaves del auto que estaba estacionado frente a mi casa-. No lo quiero.
Galarssa miró las llaves como si no supiera que eran.
-El auto es suyo, doctor- me dijo con una sonrisa-. Haga lo que quiera con él.
Y cerró la puerta.
X
No era al único a quien Galarssa le había obsequiado algo. A los Martínez les dio una cosechadora nueva; a los Irrustía les dejó un juego de dormitorio; a Quique Sosa le regaló un viaje a España, donde vivía su hija.
Todos en el pueblo recibieron algo. Y ahora, Galarssa se había convertido en el mejor hombre del mundo.
Me dio no se que decirles la verdad.
XI
Años después, y por intermedio de Tinita, me enteré que Galarssa había caído preso.
Luego de pensarlo mucho, decidí ir a verlo. Averigüé los horarios de visita y me fui para Buenos Aires.
XII
Un vidrio nos separa. Se lo ve bien a Galarssa, entero.
-¿Cómo lo tratan, Galarssa?
-Bien, doctor.
-Todos los actos tienen consecuencias, Galarssa. Usted tomó el camino equivocado y ahora mire donde terminó.
-No me arrepiento de nada, doctor.
-Mal hecho, Galarssa. Si no aprendemos de nuestros errores no avanzamos como seres humanos.
-Fue solamente un error de cálculo, doctor.
-¿Qué pasó?
-Los policías eran más que nosotros.
No pude menos que reírme y Galarssa me acompañó.
-¿Tiene para mucho, Galarssa?- pregunté.
-Perpetua, doctor. Dice mi abogado que el fiscal quiso mandar un mensaje a los delincuentes y yo le vine como anillo al dedo.
-Lo lamento mucho, Galarssa.
-No lo lamente, doctor. Usted me previno y yo no lo escuché. Igual vamos a apelar la sentencia. Mi abogado dice que hay buenas posibilidades, pero hay que esperar.
-Rezaré por usted, Galarssa. ¿Necesita que le traiga algo?
-No, doctor.
-Espero que este tiempo lo use para pensar y recapacitar, Galarssa.
-Voy a aprovechar para leer, doctor. Tengo un libro muy interesante entre manos.
-Bueno, es su vida. ¿Qué libro está leyendo?
-Papillon.
XIII
Me despedí de Galarssa y salí a la calle.
-Papillon- murmuré mirando los altos muros y la guardia-. Papillon- repetí sonriendo-. Este Galarssa es capaz.
Empecé a caminar pensando que muy pronto iba a tener noticias de él.
Mientras escribía este relato comencé a hacer memoria de los primeros cinco libros que leí.
ResponderEliminarSe que el primero fue El Exorcista. Los otros, sin orden alguno, fueron: Papillon, Expreso de Medianoche, Tiburón y Heidi. Este último porque era fanático de la serie animada y le rompí soberanamente los ovarios a mi vieja para que me lo compre.
Ahora, sin venir a cuento de nada, me gustaría saber los de ustedes, si es que se acuerdan. Pa' boludear un rato, nomás.
Espero que les haya gustado la historia y les mando besos a todos.
Ameno y muy bien llevado,se nos termina casi sin darnos cuenta y nos deja las ganas de un poquito más.
ResponderEliminarTe anotaste otro poroto Adrián, muy lindo.
Mis primeros libros fueron clasicos de la biblioteca de mi abuelo.La isla del tesoro, Veinte mil leguas..., Tom Sawyer, Los tigres de la Malasia, Oliver Twist,los cuentos de Quiroga, etc. A los siete años ya leía bastante. El aprecio por la buena lectura es un legado de mis padres y abuelos...
Un abrazo mi amigo...
Walter: Gracias por el poroto.
ResponderEliminarCon lo de los cuentos de Quiroga, me dió el pie justo para comentarle que a partir del veintiuno de diciembre, en El Club de la Marmota, vamos a jugar un poco con el relato "El almohadon de plumas". Cada uno de los socios va a escribir un cuento basado en él. Vamos a ver que sale. Pero promete ser divertido.
Abrazo, mi estimado.
muy bueno adrián, discreto y entretenido. con una simplicidad atrapante y graciosa.
ResponderEliminarque me acuerde, uno de los primeros libros que afané de la biblioteca paterna y que me rompió la cabeza fue el lobo estepario de hesse. y nunca más me la pude arreglar.... seguí voluntariamente rompiéndomela con castaneda, kundera, budismo, patoruzú, lovecraft, poe, vian, etc., etc.
salutatis!! (y asterix, ooobvio, je)
Cla9: ¡Viva Patoruzu y Ásterix! De todos los que nombrás, sólo leí algo de Poe. Lovecraft me fastidia bastante.
ResponderEliminarBesosotes.
Muy bueno, Adrián, lo disfruté mucho.
ResponderEliminarCasi todos han nombrado a los autores que leía cuando era pibe, sobre todo Walter. La primera influencia, aparte de las familiares, pues provengo de una familia de escritores, creo que fue Poe. Cuando leí Narraciones Extraordinarias supe que quería ser escritor. Los que vinieron después no hicieron más que reforzar esa idea. Vian, Celine, Lovecraft, Verne, Remarque, bioy, Cortázar, Borges, Arlt... ¡uff! son tantos...
Enrique: ¡Don Enrique! ¿Cómo van sus cosas? Me alegro que le haya gustado.
ResponderEliminarCortázar me gusta, aunque nunca leí Rayuela, sólo sus cuentos. A Borges no lo entiendo, me vuelve loco. Noto que todos tenemos gustos muy distintos, o sera que mis viejos, socios del Círculo de Lectores leían otras cosas. Yo crecí con Lawrence Sanders, Peter Straub, Sidney Sheldon, Ira Levin, John Saul y Patricia Highsmith, por nombrar algunos.
Besugos y esas otras cosas marinas que comen ustedes.
Adrián:
ResponderEliminarUna pequeña sugerencia para acercarte a Borges. Empezá por sus cuentos de guapos, por sus personajes arrabaleros: La intrusa, Hombre de la esquina rosada, etc. De los que nombrás he leído algo de Ira Levin (poco) y bastante de Patricia Highsmith (una genia)
Por suerte hay mucho para leer, todavía. De los actuales te recomiendo a Santiago Gamboa (Vida feliz de un joven llamado Esteban) Lo estoy leyendo ahora mismo. También es bueno Héctor Aguilar Camín (La conspiración de la fortuna) Y también Bradbury, Italo Calvino, Bukowsky, Auster, Asimov y mil etcéteras.
Enrique: De Auster he leído algo. Me gusta.
ResponderEliminarA Borges me lo hicieron leer en la escuela, el famosísimo El Aleph, y será que cuando te obligan a leer algo ya le entras sin ganas o que se yo, pero nunca le pude encontrar el tempo.
Y yo recién me puse a escribir cuando descubrí a Fontanarrosa. Un verdadero genio. También me gusta Eduardo Sacheri. Ahora se hizo famoso por la película con Darín.
Pero mis escritores favoritos son Stephen King y Dean Koontz. Me los devoro los libros de ellos.
Me gustó la historia y no tengo cinco libros preferidos, ni me acuerdo cual fue el primero que leí. Pero mis hermanas mayores eran socias de la biblioteca pública y yo leía todo (absolutamente todo) lo que caía en mis manos, desde el Rico Tipo pasando por Neruda y siguiendo por Julio Verne.
ResponderEliminarHeidi! ja! uno de loa libros más conmovedores que leí en mi vida. ¡El exhorcista! otro! Papillón! pordióooooo que historia! (me fascinan las historias de estafadores y delincuentes) y....bueno, yo no le pido mucho a un libro, solo que tenga una buena historia que me atrape. Me detengo más en las historias que en la forma en que están narradas. Hoy por hoy mi autora favorita, de la que no me pierdo un solo libro es Isabel Allende. Borges nunca me copó, tampoco Sábato, prefiero a García Márquez, es mucho más alegre. No me gustan las historias con mucho rollo filosófico-psicológico, quiero que la lectura me ENTRETENGA, no que me haga pensar.
Ah y me gustan las historias de Dan Brown y amo a Harry Potter, aunque se diga que son autores comerciales.
He retornado. Helouuuuuuuuuuu
Antes que Dan Brown se haga famoso con el Código Da Vinci, yo había querido leer uno que se llama Ángeles y demonios. No lo pude terminar, me hartó. Lo mismo me pasó con El nombre de la rosa de Humberto Eco. Para mí, insoportable. Aparte de millones de descripciones de la abadia, tenía páginas enteras en latín ¡y sin traducción!
ResponderEliminarHarry Potter, genio total. Que digan lo que quieran, pero son libros entretenidos. Ahora estoy leyendo la saga de Artemis Fowl de Eoin Colfer.
De Allende leí la trilogia de Las memorias del Águila y el Jaguar, La casa de los espíritus y El zorro.
¡Volvió, volvio!
Adrián, veo que tenemos cierta similitud en los gustos literarios, jaja! yo tampoco pude terminar Angeles y demonios, en realidad lo que más me gustó de Brown fue El código, y más que nada porque se mete con la iglesia católica, y armó un revuelo terrible con el tema del Opus dei, y tampoco pude terminar el nombre de la rosa. Lo muy descriptivo me abuuuuuuurrrrrrre.
ResponderEliminarO sea, por mí los críticos literarios se quedarían sin laburo, seguramente. Ah, y de los autores contemporáneos rescato a Casciari, que según mi modesta opinión, tiene en sus escritos la dosis perfecta de emotividad, humor y cultura, en general me encantan los autores que usan el lenguaje de la calle para escribir, incluyendo las "malas palabras".
Volví, volví. :-)
Lils: ¿Emotividad? Si tiene ganas, léase algo de Eduardo Sacheri. Un fenómeno el tipo. Casciari es para mí una cuenta pendiente. Ya lo voy a leer.
ResponderEliminarBesos.
Lo tendré en cuenta, me lo anoto para mi próxima incursión en Ilusiones Libros. Para mí Casciari tiene el encanto de un pibe de pueblo que entró por la puerta grande de la fama y sin embargo nunca perdió su frescura y sus raíces. Creo que en eso radica su mayor talento.
ResponderEliminarLils: No me quiero imaginar que Ilusiones Libros le hace algun descuentito por nombrarlo...
ResponderEliminarDesde aquí agradezco a La Boutique del Libro por mantenerme informado de sus novedades. Después paso y arreglamos.
ResponderEliminarjaja No, la verdad es que lo hago de alcahueta nomás, pero como tienen las clases de pilates más baratas de Mardel, está justificado.
ResponderEliminarY además somos vecinos.
Largando un librito por el chivo, Ilusiones! jaja