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1 jun 2010

UNA MUERTE DE OJOS VERDES

Supo desde el principio que aquello era su muerte. La encontró oculta en un rincón oscuro del lavadero, entre la piletita y el lavarropas. Tenía ojos verdes. Eso le pareció raro. Siempre pensó que la muerte tendría ojos negros.
No hubo forma de sacarla de allí. Trató de tentarla con un pedazo de pollo, pero ni se mosqueó.
No le tenía miedo, ni tampoco respeto. Lo único que lograba despertar en él era curiosidad. Se comenzó a quedar noches enteras sentado en el lavadero, la espalda apoyada contra el lavarropas y la botella de whisky en la mano. Llevaba tres años con lo que él denominaba “su problemita alcohólico, pero bajo control”. Estaba completamente seguro de que eran tres años porque fue cuando falleció Sara.
En esas noches de insomnio, algunas veces con la vista perdida en la luna, hablaba con la muerte. Nunca le hizo preguntas, no necesitaba saber nada, sólo le contaba sobre Sara.
Y de pronto se encontró no solo las noches, sino también las mañanas y las tardes sentado contra el lavarropas.
Y un día ya no se levantó. Se quedó allí oyendo su propia voz. La botella se vació y rodó fuera de su alcance. Orinó y defecó en sus pantalones y no le importó. Lo único importante era que la bruma gris que se había instalado sobre él el día de la muerte de Sara se iba disipando, desgarrándose en jirones, dejando entrar una luz que no conocía y a la que se entregaba con una nueva y extraña alegría.
La muerte de verdes ojos le clavaba la mirada, observando todo este proceso sin inmutarse.
Lo encontraron tres meses después. Una vecina llamó a la policía denunciando olores nauseabundos.
Golpearon la puerta cinco veces. La única ventana que daba a la calle tenía las cortinas cerradas y no dejaba ver nada del interior. La vecina se acercó a ellos y les dijo que el olor podía olerse desde su patio, que daba al de la casa del hombre. Los dos oficiales acompañaron a la mujer al patio. Uno de ellos trepó la medianera y vio unos pies asomando desde abajo de un alero de chapa. Llamó dos veces, pero los pies no se movieron. Miró a su compañero y saltó.
La ambulancia llegó veinte minutos después. Subieron el cuerpo a una camilla y lo taparon con una sábana blanca.
El oficial que había saltado ya estaba por marcharse cuando notó un reflejo entre la pileta y el lavarropas. Se acuclilló y, entre las sombras, vio aquellos ojos verdes.
Estiró su mano.
La muñeca estaba sucia. Llevaba un vestido raido por el tiempo. Su cabello era negro, largo, y estaba enredado. “Una muñeca para peinar”, pensó el policía. En su cara se destacaban aquellos enormes ojos verdes. Tenía largas pestañas. Cuando el policía la inclinó, sus ojos se cerraron. El policía sonrió. “Capaz que con una lavada y un nuevo vestido le puede gustar a Paula”, se dijo a sí mismo.
Salió de la casa con la muñeca en la mano.

Nota del autor:


Este relato lleva consigo una pequeña anécdota que me gustaría compartir. ¿Puedo? Gracias. Prometo ser breve.
Antes de entrar al mundo de los blog le daba a leer a algunos familiares y amigos mis creaciones. Todavía sigo haciendo eso, solamente que ahora se los mando por mail. Ellos vendrían a ser como un testeo previo antes de que lo publique. Si a seis de diez les gustó, lo mando con dudas. Si a ocho de diez les gustó, ahí ya voy más tranquilo. No tengo un solo cuento que haya sido cien por ciento aceptado, pero puedo vivir con eso.
Tengo cuentos que tuvo más votos en contra que a favor. Pero con este cuento en particular se me descalabraron todos los papeles: a nadie le gustó.
-No se entiende- me dijo mi amigo X (no quiere que su nombre salga en la blogosfera).
-¿Qué parte no se entiende?
-¿Era la muerte o no era la muerte?
-No era la muerte. Era una simple muñeca. El tipo es un borracho desde que murió su mujer y se alucina con que es la muerte.
-Aha. ¿Y el tipo vivió siempre ahí?
-¡Y que se yo!
-¿Cómo “y que se yo”? Vos lo escribiste, vos debés saber.
-Bueno. Si, vivió siempre ahí. ¿Eso qué cambia?
-¿Hijo único?
-¿Eh?
-Si era hijo único.
-Era hijo único.
-¿Y de quién era la muñeca?
-¡Y que se yo!
-Ah, aparece una muñeca de la nada. Si me dijeras que tenía una hermana y había perdido la muñeca, vaya y pase, pero así…
-Capaz que estaba desde antes la muñeca, era de una de las hijas de los dueños anteriores.
-Entonces debo suponer que los padres del tipo este eran unos roñosos, porque para no limpiar nunca en ese rincón…
-Es que no había espacio suficiente.
-¿Y el lavarropas ya estaba de antes o lo trajeron ellos? Porque si lo trajeron ellos, quiere decir que la muñeca antes no estaba y vuelvo otra vez a la pregunta: ¿de donde mierda salió la muñeca? Aparte, ¿nunca se rompió el lavarropas? ¿Nunca un técnico tuvo que revisarlo y correrlo? Porque el tipo es un tipo grande, ¿o no? Años con el mismo lavarropas. Decime la marca que voy y me compro uno ya mismo.
-Vos sos un hincha pelotas que le buscás la quinta pata al gato.
-Es que cuando leo algo quiero que tenga al menos un viso de realidad. Si hubieras puesto que, cuando el cana mete la mano, se la muerden y la saca toda ensangrentada, sería un buen golpe de efecto y me la creo y todo de que es la muerte. O que cuando se la está llevando, la muñeca guiña un ojo o sonríe malvadamente, mostrando unos dientecitos afilados. Ahí también me cerraría. Sería algo así como una muñeca malvada.
-Está muy visto. Yo quería una muñeca común y corriente y que el tipo se alucina el resto. Punto.
-Y volvemos al principio: ¿Y de donde choto salió la muñeca?
Al final me harte y le di la razón que, después de todo, la tenía.
Estuve tentado de cambiarle el final con eso de la mordida o el guiño de ojo, pero lo dejé como estaba para ponerlo a la crítica constructiva de todos ustedes. Y al primero que me vuelva a preguntar ¿de dónde salió la muñeca?, no le dirijo más la palabra.
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14 may 2010

VICISITUDES EN LA SOCIEDAD DE FOMENTO VII (FINAL) / LA FIESTA SORPRESA

I

Aunque parecía imposible, las quinientas personas entraron.
Estamos hablando de que entraron. De que estuvieran cómodas era otro tema.
La gente que se animaba a bailar, en vez de danzar, parecían estar en un pogo gigantesco: eran como un solo ente moviéndose de aquí para allá de tan apretados que estaban.
Las mesas se hallaban atiborradas de comida. Se mezclaba lo dulce y lo salado en miles de bandejas de varias formas y medidas.
También había bebidas. Los mozos y mozas contratados para la ocasión iban y venían llevando champagne, vino, cerveza, Gancia y gaseosas.
El Orlando no había escatimado en gastos.
Con Ernesto, Tito, Raúl, el viejo Ezequiel, Nahuelito, Melquiades, Miguel, José y Quique, copamos una mesa y no nos movimos más, salvo para ir al baño.
El baño era otro tema: el olor a orina era insoportable. Ya cuando entrabas al pasillo que llevaba a los sanitarios se te venía encima la baranda.
A Melquiades se le ocurrió echarle lavandina a los inodoros y mingitorios.
Grave error.
La mezcla un poco más nos mata a todos. Tuvimos que hacer correr el agua varias veces hasta que el aire fue nuevamente respirable. Terminé con los ojos llorosos.
-Mejor aguantarse el olor a meo, que morir intoxicados- reflexionó Ezequiel cuando Orlando se nos vino a quejar.
La hija de Orlando, Laurita, entró al salón a las once de la noche con un vestido blanco enorme y con muchos volados. Parecía la mina esa que le cortaron el marote en Francia.
Todos estábamos de traje y corbata, menos Melquiades que tenía moñito.
-¿De dónde sacaste el moñito, Melqui?- le preguntamos cuando lo vimos.
-Venía con moñito el traje.
-¿No es tuyo?
-No, lo alquilé.
Yo llevaba puesto el traje con el cual me casé. No le pude abrochar el último botón al pantalón, así que lo llevaba desabrochado, y cada dos por tres lo tanteaba para ver sino se habían saltado los otros botoncitos. En la época en que me casé, los pantalones eran con botones. Una bragueta llevaba entre unos cinco o seis botones. Había que ser rápido para desabrocharlos en una emergencia. He llegado a ver a machos, machos llorar de impotencia con la mitad de los botones desabrochados y los pantalones meados.
La corbata, a media hora de llegar, pasó a mejor vida en uno de los bolsillos del saco.
Con la entrada de la hija, Orlando pidió la palabra.
-Queridos amigos…- llegó a decir y se largó a llorar.
Taba emocionado el Orlandito. Y claro, no es para menos: no todos los días tu nena cumple quince años.

II

-Linda la fiestita- dijo Ezequiel en un momento-. Falta el elefantito y estamos hechos.
-¿Qué elefantito?- preguntamos sorprendidos.
-¡El elefantito!- se irrita Ezequiel- ¿Nadie vio la película con el elefantito? Esa de la fiesta. Se come la película el elefantito.
-¿Vos decís "la fiesta inolvidable"?- dice Melquiades.
-¿Hay un elefante en "la fiesta inolvidable"?- pregunto yo.
-¿Quién dijo "elefante"?- grita Ezequiel- Yo dije "elefantito". Simpático el elefantito. Orejudo.
 Los únicos casados en la mesa eran Raúl y Miguel. Sus esposas se encontraban sentadas un poco más lejos. Cuando ellos vieron que habíamos tomado posesión de un lugar para nosotros solos, no se que excusa le metieron a sus señoras y se vinieron.
Tuve que levantarme para bailar el vals con la nena. Nunca fui bueno para mover las patas. Aparte, con lo que había tomado, a la segunda vuelta quería devolver hasta el apellido. Algo habrá sospechado la pendeja porque empezó a mirarme raro. Capaz que fue ese tonito azul que empecé tomar lo que la avivó. Me dejó a un lado y siguió bailando con otro. Apoyé el culo contra el borde de una mesa y respiré varias veces profundamente. A la octava vez me sentí un poquito mejor y me arriesgué a ir hasta donde estaban los muchachos. Llegué casi trastabillando, pero de una sola pieza.
-Tomate este vasito de agua, abuelo- me dijo Melquiades.
-Abuelo, las pelotas. El problema es que mezclé las bebidas.
-Eso es de lo peor- dice José-. La mezcla te mata.
-Si empezaste con cerveza, terminala con cerveza- acota Quique.
-Si. No metás un champancito en el medio porque quedás culo pa’rriba.
-Yo un día me agarré un pedo padre mezclando Gancia con vino blanco- empieza a contar Ernesto-. A mitad de la noche se terminó el Gancia y le empecé a dar al vino. Me acuerdo que la Mecha me llevó a rastras a casa. Pobre Mecha, la vergüenza que le hice pasar.
-Me acuerdo de eso- dijo Ezequiel-. Fue en un asado. Sino me equivoco estábamos festejando el cumpleaños de Oscar. ¿Se acuerdan de Oscar?
-¿Oscar? ¿Oscar era el marido de Noemí?
-Ese mismo. Falleció el Oscar. Un ataque al bobo.
-Desde ese día, la Mecha me tuvo cortito cada vez que salíamos a alguna reunión.
Ernesto se quedó callado. Sostenía una copa de vino en la mano.
-Me cuidaba la Mecha- dijo en un susurro que solo yo y Raúl escuchamos.
Por debajo de la mesa le apreté la pierna. Ernesto me miró y sonrió.

III

A las tres de la mañana Christian se me acercó y me dijo que me buscaba alguien en la puerta. Me levanté y fuimos juntos.
-Son dos mujeres- me puso sobre aviso Christian.
-Ahhhh…
Llegamos a la puerta y apoyé la mano sobre el picaporte.
Christian seguía al lado mío.
-¿Qué pasa?- le dije.
-Nada.
-¿Y entonces?
-¿Vos queres que me vaya?
-¿A quién están buscando?
- A vos.
-¿Y entonces?
-¿No me vas a decir quien es?
-No.
Cuando Christian se perdió de vista entre la gente (aunque supuse que debería estar a pocos metros, cogoteando), abrí la puerta.
Una mujer de unos cincuenta y pico de años, más alta que yo (aunque todos son más altos que yo. Con los años me he ido achicando, parece), de rasgos suaves y muy hermosa, esa hermosura que sólo algunas mujeres logran llevar por toda la vida, que comenzaba desde los hoyuelos de su sonrisa y le hacía resplandecer los ojos.
La otra mujer era mucho más joven, pero el parecido entre ambas era evidente. No cabía duda de que eran madre e hija.
-Hola- las saludé.
-¿Usted es Saturnino? ¿Usted fue el que me escribió?- preguntó la madre.
-Si, yo soy Saturnino. Mucho gusto. Y si, yo fui quien le escribió.
-¿Están de fiesta?- preguntó la joven.
-Algo así- le contesté-. Les agradezco que vinieran. ¿Por qué no entramos? Hace frío.
-Todo esto es muy raro. La verdad, no sé que estoy haciendo acá- dijo la madre.
-¿Si, no es cierto? Pero vinieron y eso es lo importante. Vamos adentro y les explico.

IV

Volví minutos después a la mesa. Ernesto y José estaban contando chistes.
-Resulta que al tipo se le estrella el avión en el medio de la selva y lo agarran unos negros grandotes como montañas- contaba José-. Ahí nomás lo llevan para la aldea y se lo presentan al jefe. El jefe lo mira y le dice que tiene dos opciones: o lo matan o pasa una prueba de hombría y todo bien. El tipo elige la prueba de hombría, tampoco es boludo. Entonces vienen cinco minas en pelotas y se le ponen alrededor de él. Las minas estaban mortales: unas tetas, unos culos. Preciosas las negras. Y va el jefe y le dice que tiene que elegir una para que le chupe la pija. El tipo no lo podía creer.
-¿Tengo que elegir una para que me chupe la pija?- le vuelve a preguntar al jefe.
-Si- le dice el jefe.
El tipo duda, ¿viste? Se pregunta: “¿Y dónde está la joda?” Porque alguna joda debe haber, no puede ser todo tan fácil.
Entonces se acerca al jefe y le dice:
-Acá hay algo que no me cierra, jefe. ¿Cuál es la prueba de hombría? ¿Qué se me pare cuando me la chupen? Si es esa, desde ya le digo que se me va a parar seguro. ¿Usted vio lo que son estas minas? ¡Terribles yeguas!
El jefe lo mira y se sonríe.
-No, hermano. La prueba de hombría consiste en que de las cinco, tres son caníbales. Así que elegí tranquilo y que te aproveche.
-¿Hay que reírse, che?- pregunta Ezequiel-. Ustedes son malísimos para contar chistes, dejate de joder.
-Che- digo yo, sentándome-: ¿alguno me hace la pata? Invite a una vieja amiga…
-¿Vieja amiga?- me interrumpió Ernesto.
-Si, una vieja amiga. Me gustaría bailar con ella, pero me pidió que le consiguiera pareja a su hija.
-¿A su hija?- volvió a la carga Ernesto- No me digas, Saturnino, que anduviste teniendo alguna aventura extramatrimonial por ahí.
Todos rieron.
-No sean pelotudos- me sonreí yo también-. Es una buena amiga que hace tiempo que no veo.
-Que te acompañe Quique- dice Ernesto-. Ese te va a hacer quedar bien.
-Yo paso- dice Quique-. Ya baile demasiado.
-¿Raulito? ¿Me hacés la pata, Raulito?
-¿Tas en pedo? Me llega a ver mi jermu bailando con otra y me castra. Andá vos, Tito.
-¿Yo?- abrió los ojos grandes Tito-. No, yo no. Perdoname, Saturnino, pero soy de madera para bailar. Le voy a llenar de moretones los pies.
-¿Ezequiel?- pregunté.
-Creo que si me paro me caigo- fue sincero Ezequiel.
Miguel estaba en la misma que Raúl. José, igual que Nahuelito, ya estaban en la pista. Nahuelito bailoteaba bastante bien al lado de una morocha.
Lo miré a Melquiades.
-Melqui…
-Ni en pedo.
-Dale, Melqui, no seas hijo de puta. Un baile. Sólo te pido un baile.
-Dale, Melqui- dijeron los otros-. Hacele la gamba que a lo mejor hoy coje el viejo.
-Aparte- agregó Ezequiel-, mirá la carita de súplica que te pone, Melqui. Parece uno de esos perritos de orejas largas.
-¿Dónde están?- preguntó Melquiades mirando a su alrededor-. No sea cosa, viejo, que sea un bagarto.
-No es un bagarto, Melqui. Y están sentadas en una de las mesas alrededor de la canchita.
-Si llega a ser un bagarto, me rajo.
-Ya te dije que no es un bagarto.
Melqui se levantó de la silla y se enderezó el moñito.
-Sacate ese moñito, Melqui- le dije mientras caminábamos-. Me vas a hacer pasar vergüenza.
-El moñito venía con el traje. El que me lo alquiló me dijo que da un toque varonil.
-Pero yo estoy sin la corbata y con los primeros botones de la camisa desabrochados. Ponete a la par mía, Melqui.
-Ta’ bien. ¿Y dónde lo pongo al moño este?
-En el bolsillo del saco. Ahí no se va a notar. Dale, apurate que ahí están.
-¿Dónde?- logró decir Melqui para después quedarse completamente mudo.
Palideció repentinamente y no avanzó más.
Delante de él la tenía a Leticia, la joven de la foto de la billetera.

V

Como Melqui se quedó medio atontado, Leticia se acercó a nosotros. A la vez que se acercaba, más roja se ponía. Melqui abría y cerraba la boca sin emitir palabra.
-Dale, Melqui- lo codeé-. Decí algo que parecés un pescado.
La que terminó hablando fue la hija de Leti.
-Hola- dijo-. Un gusto conocerlo. Mi mamá me habló mucho de usted. Me llamo Ayelen.
-No lo puedo creer- articuló al final Melquiades-. De verdad no lo puedo creer.
-Bueno, yo tampoco- dijo Leti-. Mirá que forma de volver a encontrarnos.
-Pero, ¿cómo supiste?- preguntó Melquiades.
-El señor Saturnino se comunicó conmigo- me señaló a mí.
-Saturnino a secas- la corregí-. El “señor” está de más.
-Pero, ¿por qué?- seguía preguntando Melquiades- ¿Por qué, Saturnino?
-Porque hay veces que en la vida hay situaciones que quedan truncas por diversos motivos y se llevan por el resto de los años como una espina molesta- le contesté a Melquiades-. No es que quiera compararla a usted con una espina- le dije a Leticia-. Pero si hubiera visto como miraba su fotografía y narraba con tanto detalle como se conocieron, se habría dado cuenta hay cosas que perduran para siempre.
Quedamos los tres callados por unos instantes. Luego, Leticia preguntó:
-¿Es verdad lo de la foto?
Melqui metió la mano en el bolsillo y sacó la billetera. La abrió y se la alcanzó a Leti. Ella se observo en aquel espejo de años pasados y sonrió.
-Me acuerdo de esta foto- dijo.
-Si- fue lo único que respondió Melqui mientras Leti le devolvía la billetera.
Hubo otro silencio hasta que Ayelen la apuró a su madre.
-Dale, ma…
Con los cachetes rojos de la vergüenza, Leticia abrió su cartera y revolvió dentro de ella. Sacó una agenda y buscó entre sus hojas.
-Ahí está- metió el dedo su hija entre las páginas.
Era una foto.
En ella había un muchacho. Sonreía y saludaba a la cámara.
Le alcanzó la foto a Melquiades y este la miró.
Y de repente, así como así, ambos se largaron a llorar y se abrazaron.

VI

La cosa no fue tan complicada. Con Ernesto nos fuimos a un ciber y le explicamos al muchacho que atendía lo que queríamos hacer: buscar a una persona.
-No es muy difícil- dijo él-. Lo primero sería buscar en alguna red social.
Ernesto y yo nos miramos.
-¿Y eso qué es?
El muchacho nos explicó que en internet existen varias redes sociales en donde la gente interactúa con otras personas y suben fotos, videos y boludeces varias.
-Se ingresa el nombre y apellido en el buscador de personas y listo. Si está inscripto, salta seguro.
El problema era que sólo conocíamos el nombre: Leticia.
-Eso es más complicado- nos dijo el muchacho-. Con el nombre solo pueden saltar millones de Leticias.
-¿Y ahora qué hacemos?- me dijo Ernesto.
-¡Y que se yo!
Todo parecía irse al tacho, pero de pronto algo se me vino a la cabeza.
-Melquiades dijo que tenía una hermana.
-¿Tiene una hermana, Melquiades?
-Si. ¿Cómo me dijo que se llamaba?
-¿Y de qué te va a servir saber el nombre, si lo importante es el apellido?
-Es que el apellido lo sé- dije triunfante-: es el mismo que figura en el contrato de alquiler de Melquiades.
-¡Tenes razón!- dijo Ernesto- ¡Yo soy un boludo atómico! ¡Dale, hacé memoria y acordate como se llama la hermana, che!
¿Cómo mierda se llamaba la hermana? ¿Carolina? No, Carolina no era. Era algo más corto. ¿Clara? No, no me suena Clara. ¿Carla? ¿Era Carla? Ese podía ser. Carla. ¿Había dicho Carla cuando contó la historia? Y si no era Carla, era muy parecido. ¿Qué se parece a Carla?
-Che, ¿qué se parece a Carla?- le pregunté a Ernesto.
-¿Qué Carla?
-Ninguna Carla. Te pregunto sobre un nombre que suene parecido a Carla.
-Claudia- dijo Ernesto-. Claudia suena parecido.
-¡Es ese!- lo palmeé a Ernesto- ¡Claudia se llama la hermana de Melquiades!
El muchacho ingresó el nombre y apellido y le mandó “buscar”.
Había cinco.
-¿Y ahora?- le pregunté.
-¿Algún otro dato? ¿Saben donde vive?
-No.
-Entonces habría que contactarlas.
-¿Y eso cómo se hace?
-Les mandamos a las cinco una pregunta para ver si es la persona que buscamos.
-Es buena esa- dije yo.
-¿Y qué le decimos?- dijo Ernesto.
-Le preguntamos si tiene un hermano llamado Melquiades- le contesté-. ¿Cuántas pueden tener un hermano que se llame Melquiades?
Ernesto se sonrió.
-Una sola y gracias- dijo.
El muchacho se tomó el trabajo de mandarle la pregunta a las cinco.
-Vengan mañana que seguro alguna respuesta habrá.
Nos fuimos caminando hasta la sociedad. Ernesto me bombardeaba a preguntas.
-Y si te contesta, ¿qué hacemos?
-Nos presentamos y le preguntamos si conoce a Leticia.
-¿Y si no la conoce?
-¿Cómo no la va a conocer? En esos pueblos se conocen todos. Capaz sabe algo de ella. Que se yo: donde vive ahora, si se casó, esas cosas.
-¿Y si se murió?
-¿La hermana de Melquiades?
-No. Leticia, digo.
-Que pesimista de mierda que sos, che. Pensá positivo, hermano.
-Yo digo, nomás.

VII

-Una contestó- nos dijo el muchacho del ciber apenas entramos-. Me dejó su mail.
-¿Qué dijo?- pregunté.
-Que sí, que tiene un hermano que se llama Melquiades. Pregunta si son del pueblo.
-¿Se le puede responder ahora?
-Claro- dijo el pibe-. ¿Qué quieren que le ponga?
En el mail nos presentamos debidamente y le contamos lo que queríamos llevar a cabo. Afortunadamente nos contestó que la conocía a Leticia. No recordaba el apellido, pero conocía a alguien cercano a ella. Nos dijo que la dejáramos averiguar y nos diría luego.
Al otro día las noticias no pudieron ser mejores: había conseguido su mail y hablado con ella. Nos dijo que se sorprendió mucho.
Nos pasó el mail y nos deseó suerte.
Lo primero que había que averiguar era si estaba casada. Si lo estaba, la sorpresa sería a medias.
Le contamos quienes éramos, le contamos sobre la foto y sobre la historia que nos contó Melquiades. Le dijimos también que Melquiades se había casado, que tuvo tres pibes y que enviudó. Y que ha pesar de todo eso, nunca la había olvidado.
Ella nos dijo que estaba divorciada, con una hija y que vivía en Entre Ríos.
Le contamos lo que teníamos planeado.
Nos dijo que estábamos locos.
Le dijimos que valía la pena.
Nos dijo que todo esto la ponía nerviosa.
Le dijimos que a nosotros también.



Epílogo

-Apurate que vamos a llegar tarde.
-No me apurés si me queres sacar bueno.
Frente al espejo me acomodo el traje. Es nuevo. La ocasión lo ameritaba.
Ernesto está a mi lado. También viste un traje. En la solapa lleva prendida una rosa.
-¿Cómo me veo?- le pregunto.
-Como un viejo choto dentro de un traje excelente.
-Ya te gustaría a vos tener esta pinta.
-Dale que no llegamos.
Tomamos un taxi en la esquina y minutos después nos deja en la puerta del registro civil.
-¡Dale, che!- nos dice Raúl desde adentro-¡Dale que ya entraron!
Entramos al recinto y todos se dan vuelta para mirarnos.
-Perdón- digo-. Mucho tráfico.
-¿Ya están todos?- pregunta la jueza.
-Si- dice Melquiades, guiñándome un ojo. A su lado, Leticia se sonríe y me saluda con su mano-. Ya puede empezar.
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23 abr 2010

VICISITUDES EN LA SOCIEDAD DE FOMENTO VI / UNA CHARLA EXISTENCIALISTA

I

La clase terminó.
Quique está parado en la puerta saludando a cada una de las personas que se están yendo. Van pasando de a una y Quique estrecha manos y reparte besos a discreción. A su lado se encuentra Ezequiel. Como prometió, lo dejó compartir la primera clase con él.
Ernesto, Orlando, Miguel, José, Raúl y yo estamos sentados en la mesa de siempre. También fuimos partícipes de la clase de tango, pero nosotros nos quedamos. Para ser completamente sincero, debería decir que prácticamente vivimos acá.
Me duelen las piernas y los pies. Con carpa, me saco los zapatos y estiro los dedos debajo de la mesa.
Quique se acerca con Ezequiel y se sientan.
-¿Cómo la pasaron, muchachos? ¿Se divirtieron? Vos, Ernesto, una barbaridad lo tuyo. Miguelito: por ser la primera vez, bastante bien. Orlando: esto es tango, no salsa. No revolees tanto el culo. Raúl: vamos bien. Le falta, pero vamos bien. Saturnino, Saturnitito de mi vida: ¿qué te pasa, hermano? ¿Naciste sin coyunturas?
-Así te vas a quedar sin alumnos- refunfuño.
-No te me chivés, Saturnino. Mirá: para limar asperezas, te voy a invitar con una picadita.
-¿A él solo?- dijeron los otros.
-Bueno, a todos.
Quique lo llamó a Nahuelito y le pidió una picadita completa para nosotros siete.
-¿No nos atragantaremos, che?- preguntó José.
Quique lo mira alzando una ceja y resopla.
-Tiene razón el hombre. Nahuelito, traete unas cinco cervezas.

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5 abr 2010

VICISITUDES EN LA SOCIEDAD DE FOMENTO V / LA HISTORIA DE MELQUIADES

I

Me desperté con el nombre de Fabiola en los labios y estiré el brazo para abrazarla. Me encontré con un espacio vacío y la puta realidad cayó sobre mí nuevamente. Estos sueños tan vívidos me hacen creer que Fabiola todavía está conmigo. Y el dolor de volver a perderla es igual (o peor, algunas veces) que la primera vez.
Me levanto y voy a la cocina. Me siento a la mesa y me quedo viendo la alacena verde loro. Siempre le dije a Fabiola que esa alacena no pegaba con el resto de la cocina. Es más: no pegaba ni con el resto de la casa. Pero a ella le gustaba. Decía que rompía con tanta seriedad.
Me acerco a la alacena y abro la puerta. Adentro son todos estantes llenos de cajas de tomate, paquetes de yerba, de azúcar, de té, papel higiénico, rollos de cocina, paquetes de galletitas, paquetes de fideos de varias clases, una bolsa abierta de jabón en polvo en el estante de abajo junto a un paquete de jabones de mano y una botella plástica de lavandina.
Acerco mi cara y aspiro. El olor es una mezcla que pica en la nariz. Es un aroma que me recuerda a Fabiola, no sé por que. Será que siempre la veía ahí, acomodando las cosas de la compra, mientras yo hacía mate.
Lloro porque es lo único que puedo hacer. Lloro porque la extraño. Lloro porque sino lloro el dolor es insoportable.

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18 mar 2010

VICISITUDES EN LA SOCIEDAD DE FOMENTO IV / RENÉ

I

En una de las reuniones que tuvimos, José tiró una idea para poder recaudar unos manguitos más.
-Conozco a alguien que me pidió que hablara con ustedes sobre el tema- nos dijo-. Él anda buscando algo chiquito como esto para arrancar.
-¿Qué hace tu amigo?- le preguntó Ernesto.
-No es mi amigo- recalcó José-. Es un conocido.
-Bueno. ¿Y de donde lo conoces?- dije yo.
-De la milonga.
-¿Qué milonga?
-Una que está por el centro. Un cuchutril donde se junta la gente para bailarse unos tanguitos. Ta’ lindo el lugar. Es con orquesta en vivo.
-¿Y qué quiere el muchacho este?- dijo Raúl.
-No es un muchacho.
-¡No me digas que es una mina!- saltó Ernesto.
-¡No!- dijo José-. Quiero decir que no es una persona joven. Debe tener nuestra edad- dudó unos segundos-. Y un poco más, también…
-¿Pero qué es lo que quiere hacer el hombre este, José?- fue al punto Raúl.
-Dar clases de tango- sonrió Josecito.
Nos miramos entre todos, asintiendo con las cabezas. No era mala la idea.
-Melquiades, mandanos una ronda de café, por favor- pidió Juan.
-Salen- respondió Melquiades.
-Me gusta lo de las clases de tango- dije yo-. Creo que puede andar.
-Hacemos unos afichitos para poner por el barrio y sale con fritas- opinó Ernesto.
Nahuel vino con la bandeja y repartió los cafés.
-¿Qué opinas vos, Nahuelito?- dijo Raúl.
-¿Sobre qué?
-Acá el amigo- dijo Raúl palmeándolo a José- va a traer a un veterano para que de clases de tango.
Nahuel se quedó pensativo. Yo golpeaba el sobre de azúcar contra la mesa y lo observaba.
-Me gusta el tango- dijo al fin Nahuel.
Nos quedamos esperando que dijera algo más, pero Nahuelito encaró para la barra y se acodó allí.
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28 feb 2010

VICISITUDES EN LA SOCIEDAD DE FOMENTO III / UNA CENA

I

En la canchita de la sociedad hay partido de futbol. Son todos tipos grandes, de cuarenta mínimo. Verlos correr detrás de la pelota es lastimoso. Y eso que es un cinco contra cinco, que sino…
El problema de los hombres es que un día nos levantamos y nos encontramos con una panza. Y uno hace memoria y no hay caso: puede jurar ante Dios y todos los santos que esa panza ayer no estaba.
El barcito esta noche está concurrido. Nahuelito pasea entre las mesas con la bandeja llevando pedidos. La tele, como siempre, está sintonizada en un noticiero, pero sin volumen.
Nahuel llega a mi mesa y deja una botella de cerveza y un vaso.
-Gracias, Nahuelito. ¿Qué hay de rico para cenar?
-Ravioles con tuco o salsa blanca.
-¿De qué son los ravioles?
-De verdura.
-Anotame uno con tuquito, por favor.
-Listo.
-Decile a Melquiades que no sea ratón y me traiga un platito de papas fritas para acompañar la cerveza.
Nahuel sonríe y va hasta la barra. Lo veo hablando con Melquiades. Al rato, Melquiades se acerca a mi mesa y deja un platito bastante lleno con papas fritas.
-Que rompe bola, viejo, eh.
-¿Cuándo me vas a contar la historia de la jovencita de la foto?- le pregunto.
-Cuando esto no sea un quilombo de gente, viejo.
Miguelito aparece al costado de Melquiades.
-Che, Melqui, fijate el baño que está tapado.
-Es que se limpian el culo con un rollo y medio de papel, hermano. Hacen una pelota y se tapa. Claro, ¿a ustedes que les importa? Igual, después va el pelotudo, meta darle con la sopapa, y aguantando la baranda.
-Yo cagué poquito, Melqui. Yo más de dos soretitos por día no largo. Y me limpio con una servilletita, nomás. Una me alcanza y sobra.
-¿Yo te pedí detalles, Migue?- le recriminó Melquiades.
-Yo digo, nomás…
-Sentate, Migue- digo yo-. Acompañame con la cervecita. Melqui, mandame un vasito para el amigo.
Miguelito se sienta mientras Melquiades vuelve a la barra.
-¿Todo bien, Miguel? ¿Seguís laburando en la imprenta?
-Sigo- dice él.
Estira la mano hacia las papas fritas y yo lo freno tomándolo de la muñeca.
-¿Te lavaste las manos, Migue?
-Por supuesto- me contesta, haciendo fuerza para llegar a las papas.
-¿Te las lavaste bien? ¿Debajo de las uñas? Viste que siempre quedan residuos…
-Dejame agarrar la papa, che.
-Es que después de lo que contaste, Migue…
Nahuelito viene con el vaso y nos ve forcejeando.
-¿Peleándose por las papas?- dice con una sonrisa-. Gente grande, che.

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10 feb 2010

VICISITUDES EN LA SOCIEDAD DE FOMENTO II / LA FOTO EN LA BILLETERA

I

Como siempre, a las cinco de la mañana estaba en la cama mirando el techo con las manos cruzadas en el pecho.
Afuera llueve. Escucho el agua correr por la canaleta del techo y caer al patio.
Me levanto de la cama de una plaza (desde la muerte de Fabiana duermo en la pieza que era de mi pibe. Mudé mis cosas y nunca más entré a la antigua habitación que compartíamos) y me calzó las pantuflas. Me acerco a la ventana que da al patiecito. Llueve lindo. Bueno, mejor para las macetas.
Voy al baño y estoy media hora para orinar. Yo no se que pasa. Antes pelaba la chota y tenía que tener cuidado de no mearme los pantalones. Ahora tengo que concentrarme para que salgan dos putas gotas.
Me lavo los dientes (los pocos que me quedan) y pantufleo hasta la cocina.
Me siento a la mesa y tamborileo los dedos sobre la formica.
Un trueno me hace retumbar hasta el culo.
La lluvia es ahora más fuerte.
Mis ojos se desvían por un momento a la otra silla y la veo a Fabiana sonriendo y diciendo:
-Pedazo de pedo se tiró Diosito, ¿eh?
Era su chiste favorito.
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23 ene 2010

VICISITUDES EN LA SOCIEDAD DE FOMENTO I / ¿CÓMO ANDAMIO?

I


-¿Cómo andamio?- saludé a todos al entrar a la sociedad de fomento del barrio.
Las mesas del barcito estaban todas ocupadas con los viejos de siempre. El televisor que colgaba de un sostén amurado a la pared estaba sintonizado en un noticiero, pero sin volumen. En todas las mesas se jugaba a algo: truco, tute cabrero, escoba, ajedrez, damas. El viejo Ezequiel se entretenía con un solitario.
En el mostrador se acodaba Nahuel y Melquiades. Melquiades era el que tenía la concesión del bar y Nahuel servía de mozo.
-Hola, Melqui. ¿Puede ser un cafecito?- le dije, acercándome y acodándome con ellos.
-Claro- respondió Melquiades.
-¡Saturnino!- me llamarón de una de las mesas- ¡Vení que hacemos un truquito de seis, así no lo dejamos afuera a Ezequiel!
-Voy yendo, perame un cacho.
Por el ventanal enrejado se veía la canchita que servía tanto para futbol, básquet, patinaje y vóley. En este momento se veía a la señorita Carolina dando las clases de patinaje. Las pendejas iban de aquí para allá estrolándose contra el piso y las paredes. Estas eran las novatas. Las del primer turno si que la sabían lunga, esas patinaban lindo. La Carolina era hija del Tito, que en paz descanse. Taba linda la Carolina.
-¿Qué hay para comer hoy?- le pregunté a Nahuel.
-Pastel de papas.
-Reservame una porción.
Nahuel sacó una libretita del bolsillo de su saco y anotó.
-¡Dale, Saturnino!- me apuraron desde la mesa.
-¡No rompas las pelotas, che! ¿No me ves que estoy tomando el cafecito? Vayan tirando las cartas para armar los equipos.
-Ya las tiramos. Vos jugas con José y Ernesto- dijo Raúl.
Raúl llevaba una boina encasquetada hasta las orejas para que no lo cargaran con la pelada.
-¿Jugamos por el vermucito?- dije, sentándome.
-Hecho- dijeron los demás.
-Melqui, preparate un vermucito completito, completito. Y se lo cobras al equipo perdedor.
-Va saliendo- dijo Melquiades.
Juancito repartió las cartas.
-El Orlando quiere alquilar el lugar para el cumpleaños de quince de la nena- comentó Carlitos, que se acercó a mirar el partido.
-¿Para cuando?- quiso saber Ernesto.
-Para este sábado.
-¿Qué dice Melquiades?- pregunté yo.
-El no tiene problema.
-¿Cuánto le dijiste?- inquirió José.
-Luca ocho.
-¿Luca ocho? ¿No es mucho? Mirá que Orlando siempre ayudó en el club.
-A Genaro le cobramo do luca siete y no dijiste nada- le recordé yo.
-Pero Orlando puso la pintura para todo el club.
-¡Y si tiene pinturería! Aparte, trajo los colores que se le cantaron los huevos. ¡De violeta pintamos los baños!
En eso entró Doña Tita. Lloraba.
-¿Qué pasó, Tita?- la abarajó el Christian levantándose de la mesa cerca de la puerta.
-¡Ay, Dios mío!- clamó la Tita dejándose caer en los brazos del Christian-. ¡El Pepe, el Pepe!
El Pepe era su marido.
Se me vino a la memoria cuantas veces pasó esto mismo (que entraran mujeres clamando por Dios y luego nombraran al marido) y lo que seguía a continuación después de eso: ¡Se murió!
Y no era nada raro, después de todo. Una mirada rápida al barcito dejaba ver que todos éramos número puesto para el jonca. Por eso, cuando Doña Tita siguió hablando, fue realmente una sorpresa lo que salió de su boca.

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5 ene 2010

EXTRAÑAS COSAS ME SUCEDEN

I


La cama me espera con sus sábanas abiertas y su almohada ergonómica. Por la ventana abierta entra el sol y una suave brisa que no ha podido quitar el olor a rancio y a muerte eminente de la habitación.
Estas son mis últimas palabras. Las escribo para que se entienda lo que me lleva a esta decisión. Debo advertirles que verán una palabra repetirse constantemente en estas páginas. Esa palabra es “extraño”, en su categoría de raro o fuera de lo común.
¿Y por qué?, se preguntaran ustedes.
Por que toda mi vida es una extraña concatenación de sucesos donde lo extraño prevalece.
Pero empecemos desde el principio, para que ustedes entiendan. Y ese principio, casualmente, comienza con mi extraño nacimiento…
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13 dic 2009

LA HISTORIA DE GALARSSA

I

Raimundo Galarssa era un hombre de pocas palabras. Más de un “si” o un “no” era lo único que se le podía sacar.
Galarssa era parco para el diálogo, lo suyo pasaba más por lo gestual: un movimiento de cabeza, un encogimiento de hombros, un levantamiento de cejas, alguna que otra seña con sus manos, cosas así.
Por eso, cuando ese día se acercó a mí a la mesa del bar, se sentó, y me dijo que quería hablar conmigo, casi me caigo de culo de la emoción.
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19 nov 2009

EN EL BOSQUE DE LAS BRUJAS





PRÓLOGO

Noche oscura.
Los gritos cesaron. La figura envuelta en llamas ya no se convulsiona. El olor a carne quemada es dulce e impregna el aire. Algunos críos corren alrededor de la pira, lanzando palos y piedras a la fogata. “¡Te atrapamos, bruja, te atrapamos!” canturrean entre risas. Los demás aldeanos observan todo en silencio. La furia e excitación que los había embargado al principio de todo ya se ha calmado.
Cuando de la hoguera solo quedan rescoldos, poco a poco vuelven a sus casas. Todos ellos, al pasar cerca de la hoguera, hacen una higa: alargan su brazo, cierran el puño, y ponen tieso el dedo corazón, un acto apotropaico contra el mal de ojo.
Al cabo de unos minutos, al haberse retirado todos, una pequeña sombra emerge del bosque.
Sus ojos negros se clavan en aquello que sigue abrazado al poste, en medio de la pira.
Con sus pies descalzos trepa por lo que queda de brasas y desanuda los alambres de espino que mantienen el cuerpo al poste.
No parece sentir dolor, aunque sus pies humean.
El alambre se clava en sus manos, pero la pequeña figura sigue tironeando de él. La sangre le brota de las heridas y sisea al caer a las brasas.
Le lleva mucho tiempo bajar el cuerpo y arrastrarlo hasta dentro del bosque.
Cava una fosa de poca profundidad con sus manos en la tierra húmeda. Coloca el cuerpo, lo cubre con la tierra, y busca piedras que coloca encima para evitar que algún animal profane la tumba.
Recién entonces se deshace en lágrimas.
-Mami- musita quedamente.
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29 oct 2009

LA MUERTE DE HERMENEGILDO MENDÉZ

I

Hermenegildo Méndez era un laburante. Y por sobre todas las cosas, un buen hombre.
Tenía cincuenta y ocho años cuando no supimos más de él.

II

Al principio nadie se preocupo por su ausencia. Hermenegildo era de esfumarse por algún tiempo. Él llenaba el coche de mercadería y salía a la ruta, a recorrer pueblos.
Desde los veintidós años, cuando tuvo su primer coche, Hermenegildo atiborraba hasta las pelotas el auto y comenzaba su periplo por las rutas argentinas.
La mercadería era variada: desde vaqueros, remeras, ropa interior y medias, hasta sábanas, frazadas, delantales, repasadores y toallas.
Al llegar a los pueblos, Herme estacionaba el auto en el punto neurálgico: la plaza. Bajaba el tablón con los caballetes del porta equipajes, le ponía un mantel rojo encima, y acomodaba sus artículos sobre el rústico mostrador.
La gente se acercaba, curiosa. Herme parloteaba constantemente, ofreciendo su mercancía; estirando sábanas para comprobar su calidad; adulando a las damas mientras les ofrecía un conjunto atrevido de ropa interior.
Luego, cuando a Herme le agarraba hambre, juntaba sus cosas y se iba hasta alguna fonda a comer algo. Después se subía al coche y seguía su camino.
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15 oct 2009

TERCERA MIRADA capítulo 3 de 3

I

Don Ulises dejó la taza de café sobre la mesa; se recostó en la silla, haciendo equilibrio sobre las patas traseras y apoyando el respaldo contra la pared, y bajó la cabeza, apesadumbrado.
Esperó a que el peso de la revelación cayera en su sitio y empezaran los gritos.
Al no escuchar nada, levantó la vista. Fernanda y Javier lo miraban tranquilos, bebiendo sus cafés.
Don Ulises se tiró hacia adelante, haciendo golpear con fuerza las patas delanteras de la silla contra el piso.
-¿No se entendió?- preguntó.
-¿Lo qué?- dijo Javier.
-Esa historia me la contó millones de veces mamá- dijo Fernanda-. “El milagro de la vida”, lo llamaba ella.
-No, Fernanda, ningún milagro- dijo Don Ulises-. Capaz no me expliqué bien. Voy a ser un poco más crudo, y lo lamento mucho.
Don Ulises hizo un silencio, jugueteando con la taza vacía de café.
-El día que Fernanda debía nacer, no nació. El cordón umbilical se le enrolló en el cuello y murió.
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5 oct 2009

SEGUNDA MIRADA capítulo 2 de 3



I

La forma en que se conocen algunas veces las personas es extraña. Hay algo como de destino ya escrito.
A tu madre la vi por primera vez en la playa, tomando sol.
Estuve dándole vueltas por al lado mil quinientas veces, sin atreverme a hablarle. Estaba seguro de que si pudiera flotar y ver todo desde arriba, habría visto el círculo de mis pisadas en la arena, rodeándola.
Al final, me detuve frente a ella, todavía sin hablarle, pero algo es algo.
E increíblemente, ella abrió los ojos y me habló.
Me dijo:

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27 sept 2009

PRIMERA MIRADA capítulo 1 de 3

I

-¿Con qué queres la tostada?
-Con mermelada.
-¿Sin manteca?
-Mermelada sola.
Javier untó la tostada mientras Fernanda marcaba en los clasificados otro aviso.
-Mañana vence la luz- dijo Javier, alcanzándole la tostada.
-Ya sé.
-¿Es el primer o segundo vencimiento?
-Segundo.
-¿Tenemos algo juntado?
-No- dijo Fernanda marcando otro aviso.
-Esta bien. Voy a ver si puedo pedir un adelanto en el laburo. ¿Otra tostada?
-Dale.
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25 ago 2009

LEY DE FINAGLE DE LOS NEGATIVOS DINÁMICOS

I


¿Algunos de ustedes conoce la Ley de Finagle de los negativos dinámicos? ¿No? Pues bien, esa ley dice: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”.
Muchos creen que la frase pertenece a Edward A. Murphy Jr., pero no. Fue creada por un escritor de ciencia ficción llamado Larry Niven, tomando por base la frase que sí dijo Murphy: “Si esa persona tiene una forma de cometer un error, lo hará”.
Si, ya se, ustedes se preguntan que tiene que ver esto con la historia.
En verdad, nada; pero a la vez, todo.
¿Por qué?
Déjenme darles un consejo: Si te golpean la puerta a las tres de la mañana, no abras. Yo no tuve mejor idea que abrir y miren lo que me pasó.

II

Era un golpeteo constante.
Al principio creí que estaba soñando, pero cuando el golpeteo aumentó su fuerza, abrí los ojos.
Alguien estaba a la puerta.
El reloj despertador marcaba las tres menos diez de la mañana.
Me levanté y fui hasta la puerta así como estaba, en slip.
-¿Quién es?- pregunté medio dormido.
-¡Abrí, boludo!- me contestó la voz de Juan.
Abrí la puerta, decidido a recontra putearlo, pero verlo ahí parado con dos valijas me dejó sorprendido mal.
Antes que pudiera reaccionar, ya lo tenía dentro de casa.
Cerré la puerta y me lo quedé mirando.
-Tenes al amigo al palo. ¿Tan contento te pone verme?- me dijo, señalándome la cintura.
Me acomodé el ganso como pude dentro del slip, mientras Juan dejaba las valijas al lado de la mesa y se tiraba en el sofá.
-No te toques tanto que es peor- me dijo.
-¡La concha de tu madre! ¿Te me apareces en casa a las tres de la mañana y encima me das consejo de cómo acomodarme la pija? ¿Por qué no te vas un poquito a la mierda?
-Ta’ bien, no te enojes. Es tu chota, hace lo que quieras.
-¿Qué hacés acá?
-¿No ves las valijas, boludo? Paula me rajó de casa.
-¿Y?
-¿No me vas a dejar quedarme unos días?
-¿Cuántos días?
-Trescientos sesenta y cinco...
-¡Ni en pedo! ¡Sacá el culo del sofá y andá a buscarte una pensión!
-¡No seas hijo de puta, Nahuel! ¡No tengo un mango!
-¿Y vos queres que yo te mantenga? No, rajá.
-¿Y vos te decís mi amigo?
-Amigo, si; boludo, no.
-¿Una semana? ¿Me bancás una semana?
-¿Una semana?
-Una semana.
-¿Contando desde hoy?
-Contando desde hoy.
-¿Y después, chau?
-Después, chau.
-Juancito de mi vida, te voy a dar la oportunidad. Pero a la primera macana que hagas, te doy un voleo en el orto. ¿Tamo?
-Tamo.

III

Entre pitos y flautas, me terminé acostando a las cinco de la matina. Yo me levanto a las seis y media para ir al laburo, así que se imaginaran que tenía una palma encima que ni les cuento.
Me levanto para ir al baño y lo encuentro ocupado.
-¿Juan?
-¿Quién es?
-¿Cómo “quién es”, pelotudo? Salí del baño que me tengo que ir a laburar.
-Ahí voy.
Ese “ahí voy” fueron cuarenta minutos.
Aproveché ese momento para prepararme el desayuno, lavar los platos sucios de la noche anterior, y acomodar la ropa limpia.
-Listo, ahí tenés- me dijo Juan al salir del baño. Tenía una revista deportiva en la mano.
-Ya era hora, hermano- le dije yo.
Entré al baño y un poco más me desmayo.
-¡La reputisima madre que te pario! ¡Vos estás podrido por dentro, papá!- le dije, abrazado a la puerta y tratando de inhalar una bocanada de aire fresco y no contaminado.
-¡Eh! ¡Tanto quilombo por un garco! ¿Qué pasa? ¿Vos cagas con aroma floral?
-No. Pero tampoco huele como si me hubiera comido a mi abuela muerta hace veinte años.
-Bueno, perdoname. ¿Sabes qué pasa? Yo soy de culo sensible. Soy un relojito. Todas las mañanas hago mi caquita matinal, y después ando contento todo el día.
-Y yo soy de olfato sensible. Capaz que vos ya te acostumbraste a esta podredumbre, pero yo no. Ahora estoy apurado, pero cuando vuelva, vamos a tener que hablar. ¿Me escuchaste?
-Si. ¿Este café es para mí?
-No, es para mí. Si queres café, hacete.
-Ta’ bien. ¿Te puedo robar una de las tostaditas?
-No. Si queres tostadas...
-Si, ya sé: hacete.
-Aja.

IV

Por supuesto, llegué tarde al trabajo.
El jefe se me acercó como un tiburón oliendo la sangre, y me intercepto antes que pudiera escabullirme en el baño.
-Jimenez, llega tarde.
-¿En serio? ¿Y eso lo dedujo usted solo, jefecito, o alguien le tiró data?
-Esa postura no lo va a ayudar a escalar puestos en la empresa, Jimenez.
-¿Qué puestos, jefe? Somos tres gatos locos acá: usted, la mina que limpia, y yo. ¿Me deja pasar al baño?
-La empresa se va para arriba, Jimenez. Voy a necesitar una mano derecha.
-¿Otra más? ¿No le alcanza con la que tiene? El baño, jefe. Déjeme pasar al baño.
-Usted está para más, Jimenez. Lo único que necesita es un empujoncito.
-El empujoncito se lo voy a dar yo a usted si no se corre de la puerta del baño, jefe.
-Dejá el baño tranquilo, la puta madre, y dame bola a lo que te digo.
-El vocabulario, jefe. Ya le dije que entre nosotros debe existir el respeto ante todo.
-Discúlpeme el arranque verbal, Jimenez.
-Lo disculpo, jefe. Ahora, ¿puedo entrar al baño?
-Pase, Jimenez.
-Gracias, jefe. Deje que haga lo mío, y ya vuelvo con usted.

V

Mi jefe tiene una pequeña empresa de impresiones. Hacemos tarjetas, facturas, afiches, volantes, etc.
El jefe nunca se casó, pero para él esta es una empresa familiar porque dice que me quiere como a un hijo.
El negocio da lo justo para cubrir los gastos y dejar una pequeñísima ganancia.
Para mí está bien.
No me consume la ambición, con lo que tengo soy feliz. A algunos les sorprende esta postura. Allá ellos.
La cosa es que mi jefe siempre piensa que estamos a punto de dar el gran salto y empezar a ver plata en serio. Entonces, cada dos por tres, se pone muy hincha bolas y comienza a hacer planes locos, con reformas por doquier, y aumentos de sueldos, y nuevos puestos jerárquicos.
A mí mucho no me da pincharle el globo, entonces lo dejo que delire.
-Jimenez- me dijo apenas salí del baño-, creo que esta vez la suerte nos sonríe.
-¿Le parece, jefe? ¿No será que anda viendo mucha propaganda de dentríficos?
-No, Jimenez. Veo la luz delante nuestro. Sólo hay que seguirla.
-Y después escribimos un libro como el Víctor Sueiro.
-¿Quién es Víctor Sueiro?
Mi celular no dejó que le contestase la pregunta a mi jefe, ya que en ese mismo momento comenzó a sonar.
-¿Me permite un segundito, jefe?
Miré el número.
Era mi casa.

VI

Contesté con las bolas en la garganta, preparándome para que me digan que en mi casa, de incendio para arriba, había pasado algo.
-Hola- dije.
-Hola. ¿Nahuel?
Era Juan. Su voz parecía tranquila. Me relajé un poco, pero sólo un poco.
-¿Qué pasa, Juan?
-Nada. Bueno, si. Estaba pensando que ya que vos me abriste la puerta de tu casa, de alguna forma quiero demostrarte mi gratitud. Y pensé que tal vez, si vos querés, podría hacerte la comida para esta noche.
-¿En serio?
-Si.
-¿Vos sabés cocinar?
-Me defiendo. Mi especialidad son las pastas. ¡Hago una salsa rosa de puta madre!
-Y bueno, si vos te ofreces...
-¡Te vas a chupar los dedos!
-Bueno, Juan. Ahora te dejo porque estoy laburando. A la noche nos vemos. No hagas quilombos.
-Cuchame una cosa...
-¿Qué pasa, Juan?
-El tema de la plata. Yo no tengo un mango para comprar las cosas que necesito.
-Que raro. Mirá, ¿viste la alacena encima de la heladera? Abrí la puerta de la izquierda y vas a ver una lata de tomates. Dentro de la lata hay plata. Sacá lo que necesites y traeme los ticket de las compras.
-Listo. Te veo a la noche.
-Nos vemos.
-¿Nahuel?
-¿Si?
-Gracias por bancarme.
-Todavía tengo mis dudas si fue una buena idea, Juancito. Nos vemos después. Chau.

VII

Llegué a casa a las nueve y media de la noche.
Apenas abrí la puerta, el olor de la comida me hizo dar hambre.
Fui hasta la cocina. Sobre las hornallas había dos ollas grandes. Una tenía ravioles, que se hacían en el agua caliente. La otra tenía una salsita de aroma exquisito. No pude contenerme y mojé un pedazo de pan en la salsa. Un espectáculo.
Miré alrededor. La cocina brillaba de limpia. Solamente había un plato en la mesada, sobre la que descansaba una cuchara de madera, con la que seguramente revolvía la salsa.
Quizá me equivoqué con este muchacho, pensé.
Pero algo no me cerraba.
Y ese “algo” era que no lo veía por ningún lado al muchacho en cuestión.
En el living no estaba.
Enfilé por el corredor que llevaba a mi habitación.
Unos gemidos me paralizaron a mitad de camino.
No puede ser tan hijo de puta...
Pero tal parece, sí que lo era.
Entré a mí habitación de una.
Ahí, en mi cama, retozando en pelotas y garchando como conejos, el Juan y una minita.
-¿Qué estás haciendo, pedazo de hijo de puta?
-¡Pregunta pelotuda, Nahuelito! ¿Qué te parece qué estoy haciendo? ¡Cogiendo!
-¡Pero esa es mi cama!
-¿Y dónde queres que coja, papá? Dejate de decir boludeces y prendete al garche indiscriminado. Dale, ponete en bolas.
-¡Ya mismo se están vistiendo y rajan de acá!
-Pero cuchame...
-¡YA!

VIII

La minita se terminó yendo.
Juan y yo comimos en el más absoluto silencio.
Debo admitir que los ravioles estaban muy buenos.
En el momento en que estábamos lavando los platos, decidí tomar el toro por las astas.
-Bueno, Juan...
-Te pido mil disculpas, Nahuel. En serio te digo. Me equivoqué, lo admito. Me tomé demasiada confianza y estoy muy, muy arrepentido. Te juro, te prometo, que no va a volver a pasar.
-Por supuesto que no, Juancito. Esta es la última noche que pasás acá.
-No me hagas eso, Nahuelito. ¡No tengo donde ir! ¡Teneme piedad!
-Tuviste la oportunidad y la echaste por la borda.
-¡No! ¡Al Borda, no!
-No ese borda, la otra borda. ¡Dejate de decir pelotudeces! ¿Pero qué te pasa a vos? Te me apareces en mí casa a las tres de la mañana, me prometes no zarparte, y lo primero que haces es traer a una mina para cogértela en mí cama. ¡En mí cama! ¡El único que coge en mí cama soy yo! Entonces, dadas las circunstancias, esta es tú última noche acá. Mañana juntás tus bártulos y a buscarse otro techo.
-Ta’ bien, me lo merezco. Tenes razón.
-Por supuesto que la tengo. Ahora me voy a dormir. ¿Cambiaste las sábanas como te dije?
-Si.
-Mejor. Hasta mañana, Juan.
-Hasta mañana, Nahuel. Che, Nahuel...
-¿Qué?
-Gracias por todo. Y perdoname.
-Claro.

IX

Yo debo ser muy boludo porque les juro que el ataque de conciencia que me agarró no me dejaba dormir.
Al final me levanté.
Juan estaba dormido en el sofá cama.
Abrí la puerta de calle y salí.

X

Me levanté a la mañana con más sueño que nunca.
Encontré a Juan en la cocina. Había preparado el desayuno. Al costado de la mesa estaban sus dos valijas.
-Buen día- me saludó.
-Buen día, Juan.
-Preparé el desayuno.
-Ya veo.
-Y tengo listas las valijas.
-Ya veo.
-Desayunamos tranquilos y después me voy. Te quiero pedir una cosa, Nahuel.
-¿Qué?
-No quiero despedidas. No quiero que te pongas sentimental y hagas escenas de las que después te puedas arrepentir, ¿sabes? Salimos, nos damos un apretón de manos, y ya está.
Abrí la boca para contestarle y justo golpearon a la puerta.
-¿Esperas a alguien?- pregunté.
-No es mí casa. Seguramente es para vos.
-Son las siete y media de la mañana. Nadie en su sano juicio viene a verte a las siete y media de la mañana. ¡Ah, por supuesto: a no ser que seas vos! Pero tu horario es a partir de las tres de la mañana. Haceme el favor de fijarte quien es mientras levanto las cosas del desayuno. ¿Puede ser?
Me levanté de la silla y empecé a llevar las tazas y los platos a la pileta.
-Está bien, voy- dijo Juan.
Abrió la puerta y se encontró cara a cara con Paula.
-Hola, Juan.
-¿Paula?
-Tu perspicacia nunca deja de sorprenderme, Juan.
-¿Qué hacés acá?
-Vine a buscarte.
-¿Pero cómo sabías que estaba acá?
-Nahuel.
-¿Nahuel?
-Vino a casa anoche.
Juan me miró por sobre el hombro.
-¿Fuiste a verla anoche?- me preguntó.
-Si- le contesté.
-¿Por qué?- me preguntó nuevamente.
-Para decirme que sería muy tonta si te dejaba ir. Que nunca había visto a un hombre tan enamorado, y hablar tanto de una mujer: “que Paula esto, que Paula aquello”- contestó ella.
-¿Qué?- dijo él.
-¿De verdad pensabas tanto en mí?- preguntó ella.
Juan me miró. Yo asentí con la cabeza.
-Claro, mi vida- contestó.

XI

En resumidas cuentas: tomamos otra ronda de café, charlamos un poco, ellos rieron como marmotas, se besaron y se dijeron lo mucho que se extrañaron.
Ya en la vereda, mientras cerraba la puerta, Juan se me acercó y me abrazó.
-De verdad sos un amigo. No se como agradecerte- me dijo.
-No volviendo a golpearme la puerta a las tres de la mañana sería un buen comienzo.
-Echo. Para la próxima, ¿cinco y media te parece bien?

Epílogo

Bueno, esto es todo.
Alguno se estará preguntando, todavía, que tenía que ver la ley Finagle de los negativos dinámicos en todo esto.
Ni puta idea.
Pero algo aprendieron hoy, ¿no es cierto?
Esto es para los que dicen que los blog estupidizan.
Acá, en el Octavo Círculo, estamos para dar un servicio a la gente.
Pero claro, esto lo dice un mentiroso y fabulador.
Tampoco es para que me crean demasiado...
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1 ago 2009

CHARCOS Y ARCO IRIS

I

Usted me lo pregunta ahora y yo no se que responderle

II

pasó hace mucho tiempo


III

haciendo un esfuerzo podría decirle que fue un domingo

IV

o quizás un martes

V

se que llovía porque

VI

el ruido del agua en el techo de chapa lo tengo grabado a fuego en la memoria. Por eso me desperté temprano ese día, por el batifondo que hacía el agua en el techo. Me asomé a la ventana y me quede viendo como llovía. Chaparrón, chaparrón. El viento gime. El piso de tierra de la casilla está húmedo. En eso, veo venir a la camionetita de reparto de Don Eusebio, el panadero. Es la que usa para llevar el pan a los otros pueblitos de la zona. No me pareció raro verlo, porque el se raja temprano para que el pan y las facturitas lleguen calentitas, ¿vio? No hay nada más rico que el pan recién horneado. Tiene como otro sabor.
La cosa es que pensar en eso me dio hambre. Me puse el impermeable que me dio Doña Irma por cortarle el pastito del fondo encima del pijama, me calcé, y salí a la vereda haciéndole señas a la camionetita.
Don Eusebio paro y

VII

bajé la ventanilla.
-¿Qué anda haciendo a esas horas bajo el agua, hombre?- le pregunté.
-Buen día, Don Eusebio. Quisiera unas facturitas, si no es molestia.
-¿Usted ta’ loco, mi amigo? ¿Cómo quiere que le de facturas bajo esta lluvia?
El Rengo ni le contesto. Se le quedó mirando mientras el agua lo empapaba.
Tardé dos segundos en abrirle la puerta, puteando por lo bajo.
-¡Pero suba, hombre! ¡No se quede bajo la lluvia que se va a enfermar!
El Rengo subió y cerró la puerta.
-Una docenita, nomás. Media con dulce de leche y media de medialunas de grasa- me dijo una vez que se acomodo.
-¿Usted esta bien?
-Claro. Me despertó la lluvia. Hace ruido en el chaperio, ¿sabe? Y después lo vi pasar y me agarró hambre.
-Ah- le dije yo-, mire usted.
¿Y ahora que hago con este? No es de buen cristiano dejarlo bajo este aguacero. Se nota que le faltan un par de caramelos en el frasco, pero no tiene pinta de peligroso.
-Mire, mi amigo- me decidí- , hagamos lo siguiente: usted se viene con nosotros a hacer el reparto, y después le doy las facturitas y lo dejo en su casa, ¿quiere?
-¿Nosotros? ¿Qué nosotros?
-Mi pibe, el Seba. Esta atrás, torrando entre las canastas y las fuentes.
El Rengo giró la cabeza y miró por una ventanita corrediza que daba a la parte posterior de la camioneta. Ahí, entre las canastas repletas de pan y las fuentes de facturas, se veía a mi pibe durmiendo la mona.
Puse primera y arrancamos. El agua caía con fuerza sobre la camionetita. Los limpiaparabrisas no daban abasto. Iba casi colgado del volante tratando de ver entre la cortina de agua.
Llegué a la esquina.
De repente, de la nada, apareció una motito. El conductor venía cubierto con un nylon que le cubría la cabeza y le flameaba por la espalda como una capa.
Ni frenó.
Clavé las guampas hasta el fondo y la camioneta se me fue de costado. La motito pasó a escasos centímetros del guardabarros delantero. Pegué el volantazo para enderezar la camioneta. Mi acompañante apretaba las manos contra el salpicadero. De la parte trasera se oía a las canastas ir de un lado para el otro. Una de las fuentes cayó

VIII

sobre mi cabeza.
-¡Ay!- grité.
¿Qué pasa?
-¡Papá!
La camioneta se detuvo. Me levanté y golpeé la ventanita.
-¡Papá!
La ventanita se abrió.
-¿Estás bien?- me preguntó mi viejo.
-Si. ¿Qué paso?
-Una moto. Se me cruzó una moto.
-Apareció de golpe- dijo El Rengo.
Recién en ese momento veo al acompañante de mi viejo.
-¿Y este quién es?
-No sé.
-¿Cómo que no sabes? ¿Qué hace arriba de la camioneta papá?
-Estaba parado en medio de la lluvia. Me pidió facturas.
-¿Te pidió facturas?
-Si, le pedí una docena de facturas. Media con dulce de leche y media de medialunas de grasa- dijo El Rengo.
-¿Y vos quién sos?- le pregunté de muy mal modo.
-Horacio. Me llamo Horacio, pero me dicen El Rengo- sonrió tontamente como recordando un viejo chiste-. Me dicen El Rengo porque rengueo.
Lo miré a mi viejo. Él revoleó un poco los ojos.
-¿Y qué hace acá, papá?
-¡No lo iba a dejar mojándose!
-Las medialunas, de grasa. De manteca no me gustan- dijo El Rengo.
-Si, claro- dije-. Papá, ¿qué idea tenes para con este hombre?
-Pensaba llevarlo con nosotros al reparto. Y luego, al volver, preguntarle a alguien si lo conoce y sabe donde vive.
-Vivo en la casa con techo de chapa. La casa de al lado también tiene techo de chapa.
Lo volví a mirar a mi viejo.
-Vos no te preocupes- me dijo-. No pasa nada. Vamos, acá con el amigo Horacio...
-Ese soy yo. Horacio. El Rengo, me dicen.
-Claro. Vamos, acá con el amigo El Rengo, a hacer el reparto, y después él se lleva sus facturas y todos contentos. ¿No es cierto, Rengo?
-Media con dulce de leche y media de medialunas de grasa.
-Eso. ¿Qué te parece, hijo?
-Y bueh...- resoplé.
-Tratá de acomodar un poco ahí atrás, ¿queres?
-Tratá de ir más despacio, ¿queres?
-Si, hijo.
Le eché otra mirada al Rengo. Me sonrió. Le hice una mueca y me puse a acomodar el quilombo de atrás.
La chata arrancó.
Había facturas por el piso de la camioneta. Se habían caído de la fuente que me pegó en la cabeza. Me puse a juntarlas. No estaban tan mal. Solamente algunas medialunas

IX

de grasa son más ricas. Crujen- le contaba a Don Eusebio.
-Si, es verdad, pero las de manteca también son ricas. Son muy buenas para mojar en el mate cocido.
-No me gustan. Yo quiero de grasa. Crujen.
-El cliente siempre tiene la razón- dijo Don Eusebio, y me guiñó un ojo.
Le sonreí. Me gusta Don Eusebio.
El agua caía y caía.
-¿Anda la radio?- pregunté.
-No, está descompuesta.
-¿Está rota?
-Si.
Me puse a dibujar con el dedo en el vidrio. Esto de ser panadero es aburrido.
Llegamos al primer negocio donde Don Eusebio dejaba pan y facturas. Abrieron un portón y la camionetita se metió para adentro.
-¿Cómo anda, Don Eusebio? Feo tiempo para hacer el reparto, ¿no?- le dijo un señor flaquito con bigotes mientras le estrechaba la mano-. ¿Consiguió un pibe nuevo para que lo ayude?- preguntó al verme.
Bajé de la camioneta y me acerqué a ellos. El señor flaquito de bigotes me miró raro al verme con el pijama y el impermeable encima.
-Le presento a Horacio, Don Santos. Es nuestro especialista en medialunas- dijo Don Eusebio.
-De grasa. Crujen. De manteca no me gustan.
Don Santos rió.
-¡Y tiene razón, mi amigo!- dijo-. A mí tampoco me gustan las de manteca.
Ya no me mira raro. Eso es bueno. No me gusta cuando me miran raro.
Sebas y Don Eusebio bajan una canasta de pan. Tiene buen aroma. Dejan la canasta llena en un rincón y se llevan una vacía. Lo mismo hacen con la fuente de facturas.
-Nos vemos mañana, Don Santos. Que tenga un buen día- saluda Don Eusebio.
-Gracias. Un gusto conocerte, Horacio. Hasta mañana, Sebas.
-Hasta mañana- saluda Sebas.
-Hasta mañana- le digo yo.
Volvemos a la calle. Ya no llueve. Las nubes negras se van deshilachando, agujereadas por rayos de sol. En la calle hay charcos. Cuando pasa la camioneta por arriba, salpica. Eso me gusta, es divertido.
-Salpicá más- le pido a Don Eusebio.
Don Eusebio se rie y pasa por arriba de otro charco. El agua crea un abanico de color.
-¡Un arco iris! ¡Mire, Don Eusebio, un arco iris!
Don Eusebio sigue riendo y

X

agarro otro charco. Horacio mira fascinado el agua salpicar. La verdad, nunca me divertí tanto.
-¡Viejo, para de zarandear la camioneta, que se va ir todo a la mierda!- me pega el grito mi pibe.
-Guarda que habló el jefe- le digo a Horacio.
Fue automático. Nos miramos y lanzamos la carcajada.
Lo escucho putear a Sebas y eso me tienta más. No se que me pasa, pero no puedo dejar de reírme.
Estaciono en el negocio de María. Toco dos veces la bocina. Sebas baja de la camioneta y tira de la canasta de pan. María abre la puerta de la persiana metálica y sale. Es una mujer hermosa de cuarenta y tantos años.
-Buen día, Don Eusebio.
-Buen día, María.
-Dale, pa, ayudame- me dice Sebas. Tiene agarrada uno de los lados de la canasta. Tomo el otro y entramos al negocio.
-¿Se mojaron? ¿Quieren tomar algo caliente?- pregunta María.
-No, le agradezco.
-Mire que no es molestia, Don Eusebio. ¿Vos, Sebas?
-No, gracias.
-Yo si- se escucha a nuestras espaldas.
Por la puerta abierta vemos entrar a Horacio. Trae en sus manos una fuente con facturas.
-Cuidado con eso- dice Sebas, y se acerca para agarrar la fuente.
-Yo puedo- le dice Horacio.
Se acerca al mostrador y deja la fuente encima.
-María, te presento a Horacio.
-Mucho gusto, Horacio. ¿Qué le gustaría tomar? ¿Té, café?
-Mate cocido, señora María.
-¿Y usted, Don Eusebio? No lo va a dejar a Horacio desayunando solo.
-Está bien. Le acepto un café, entonces.
-¿Sebas?
-Gracias, pero no quiero nada. Papá, se hace tarde para el reparto.
-Cinco minutos no matan a nadie, Sebas. Aceptale, por favor, la invitación a María.
-Café, por favor- dijo Sebas al ver que era al pedo discutir.
María trajo tres cafés y el mate cocido. Nos acodamos en el mostrador, así nomás, de parados.
-¿Queres una factura, Horacio?- pregunto María.
-Media con dulce de leche y media de medialunas de grasa.
-Bueno, como no.
-No, María, dejá- le dije yo-. Después yo le doy, no te preocupes.
-No me molesta. Aparte, no va a tomar el mate cocido sin acompañarlo con una factura. ¿No es cierto, Horacio?
-Cierto.
-Dejá que le de, papá. Después se las reponemos. En la camioneta hay una fuente que sobra- dijo Sebas.
-¿Cómo que sobra?
-Siempre subo una de más, por las dudas. Viste que algunas veces piden una o dos docenitas más.
-Tenés razón.
Tomamos las infusiones sin apuro, conversando amablemente. El Rengo escuchaba, sonreía y asentía. Muy despacio, mojaba la medialuna de grasa en el mate cocido.
-Tené cuidado, Horacio- le dijo Sebas-. Se va a romper la medialuna y se te va a quedar adentro de la taza.
-Tengo cucharita- dijo Horacio levantando la mano y sacudiendo una cucharita plateada.
Todos rieron.
Sebas miraba a su padre. Se notaba que le gustaba María. Su madre hacia ya

XI

ocho años que había fallecido.
María le acariciaba dulcemente la mano a su padre.
-¿Vamos yendo, papá?
-Si, claro- y dirigiéndose a María-. Nos tenemos que ir. Muy rico el café.
-Gracias. Cuando gustes tomamos otro.
-No faltara oportunidad, seguramente.
-Eso espero.
-Se hace tarde, papá- le digo.
Salimos afuera.
Acomodo la canasta y la fuente vacías. Subo, cierro la puerta de atrás, y me siento en un rincón.
No estaría mal que papá salga con María. Ella también es viuda. Lamentablemente, su marido no murio por causas naturales. Hubo un robo y le dispararon. Papá ya es un hombre grande. Bueno, no tan grande. Cincuenta y algo, no me acuerdo bien. ¿Es malo no acordarse cuantos años tiene tu viejo? Lo que quiero decír, es que todavía puede comenzar una relación. El viejo se lo merece. Nunca me hizo faltar nada, me crió, me educó. ¿Quién soy yo para negarle una nueva vida, un nuevo amor? Y María me cae bien. Y creo que le gusta el viejo. Pero el viejo es medio caído del catre y no avanza. Capaz que no se lanza porque piensa que yo me voy a enojar. Voy a tener que hablar con el viejo. ¡Y encima, ahora apareció el trastornado este! Bueno, trastornado no es. Más bien inocentón. Pobre tipo. Ahí llegamos. A seguir laburando.

XII

Sacando la lluvia, el reparto fue tranquilo. Al terminar, pegamos la vuelta para casa. No podía dejar de pensar en Horacio. Le había preguntado si tenía familia y me dijo que no, que estaba solo. Al llegar al pueblo, Augusto, un vecino, me indicó donde vivía El Rengo. Lo llevé. Era una casilla de ladrillos desnudos y techo de chapa. Dentro había un catre maltrecho y nada más. Un pedazo de tela hacia las veces de puerta. Los vidrios de las ventanas habían sido sustituidos por bolsas de plástico agarradas con clavos. No había baño.
Algunas cosas no son justas en esta vida.

XIII

Ahora tengo una linda cama. Hay tejas en el techo. Eso es bueno. También es bueno Don Eusebio. Me llevó a vivir con él. Tengo una habitación arriba, cerca del baño. Ayudo en el negocio. Barro los pisos, acomodo las bolsas de harina. Algunas veces me deja ayudarlo con el pan. Es lindo sentir la masa entre los dedos. María viene seguido. Ahora es novia de Don Eusebio. María me hace mate cocido. María es buena, me gusta. Sebas algunas veces me pone cara mala, pero después se le pasa. Cuando tiene ganas, jugamos unos penales en el patio.
Usted me lo pregunta ahora y yo no se que responderle. Pasó hace mucho tiempo. Haciendo un esfuerzo podría decirle que fue un domingo, o quizás un martes. Se que llovía porque el ruido del agua en el techo de chapa lo tengo grabado a fuego en mi memoria. Fue la última vez que escuche ese sonido. Ahora tengo tejas. Ahora tengo a mi lado gente que me quiere. ¿Y saben lo mejor? Puedo comer todas las medialunas que quiera. De grasa. De manteca no, porque no me gustan.
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