Supo desde el principio que aquello era su muerte. La encontró oculta en un rincón oscuro del lavadero, entre la piletita y el lavarropas. Tenía ojos verdes. Eso le pareció raro. Siempre pensó que la muerte tendría ojos negros.
No hubo forma de sacarla de allí. Trató de tentarla con un pedazo de pollo, pero ni se mosqueó.
No le tenía miedo, ni tampoco respeto. Lo único que lograba despertar en él era curiosidad. Se comenzó a quedar noches enteras sentado en el lavadero, la espalda apoyada contra el lavarropas y la botella de whisky en la mano. Llevaba tres años con lo que él denominaba “su problemita alcohólico, pero bajo control”. Estaba completamente seguro de que eran tres años porque fue cuando falleció Sara.
En esas noches de insomnio, algunas veces con la vista perdida en la luna, hablaba con la muerte. Nunca le hizo preguntas, no necesitaba saber nada, sólo le contaba sobre Sara.
Y de pronto se encontró no solo las noches, sino también las mañanas y las tardes sentado contra el lavarropas.
Y un día ya no se levantó. Se quedó allí oyendo su propia voz. La botella se vació y rodó fuera de su alcance. Orinó y defecó en sus pantalones y no le importó. Lo único importante era que la bruma gris que se había instalado sobre él el día de la muerte de Sara se iba disipando, desgarrándose en jirones, dejando entrar una luz que no conocía y a la que se entregaba con una nueva y extraña alegría.
La muerte de verdes ojos le clavaba la mirada, observando todo este proceso sin inmutarse.
Lo encontraron tres meses después. Una vecina llamó a la policía denunciando olores nauseabundos.
Golpearon la puerta cinco veces. La única ventana que daba a la calle tenía las cortinas cerradas y no dejaba ver nada del interior. La vecina se acercó a ellos y les dijo que el olor podía olerse desde su patio, que daba al de la casa del hombre. Los dos oficiales acompañaron a la mujer al patio. Uno de ellos trepó la medianera y vio unos pies asomando desde abajo de un alero de chapa. Llamó dos veces, pero los pies no se movieron. Miró a su compañero y saltó.
La ambulancia llegó veinte minutos después. Subieron el cuerpo a una camilla y lo taparon con una sábana blanca.
El oficial que había saltado ya estaba por marcharse cuando notó un reflejo entre la pileta y el lavarropas. Se acuclilló y, entre las sombras, vio aquellos ojos verdes.
Estiró su mano.
La muñeca estaba sucia. Llevaba un vestido raido por el tiempo. Su cabello era negro, largo, y estaba enredado. “Una muñeca para peinar”, pensó el policía. En su cara se destacaban aquellos enormes ojos verdes. Tenía largas pestañas. Cuando el policía la inclinó, sus ojos se cerraron. El policía sonrió. “Capaz que con una lavada y un nuevo vestido le puede gustar a Paula”, se dijo a sí mismo.
Salió de la casa con la muñeca en la mano.
Nota del autor:
Este relato lleva consigo una pequeña anécdota que me gustaría compartir. ¿Puedo? Gracias. Prometo ser breve.
Antes de entrar al mundo de los blog le daba a leer a algunos familiares y amigos mis creaciones. Todavía sigo haciendo eso, solamente que ahora se los mando por mail. Ellos vendrían a ser como un testeo previo antes de que lo publique. Si a seis de diez les gustó, lo mando con dudas. Si a ocho de diez les gustó, ahí ya voy más tranquilo. No tengo un solo cuento que haya sido cien por ciento aceptado, pero puedo vivir con eso.
Tengo cuentos que tuvo más votos en contra que a favor. Pero con este cuento en particular se me descalabraron todos los papeles: a nadie le gustó.
-No se entiende- me dijo mi amigo X (no quiere que su nombre salga en la blogosfera).
-¿Qué parte no se entiende?
-¿Era la muerte o no era la muerte?
-No era la muerte. Era una simple muñeca. El tipo es un borracho desde que murió su mujer y se alucina con que es la muerte.
-Aha. ¿Y el tipo vivió siempre ahí?
-¡Y que se yo!
-¿Cómo “y que se yo”? Vos lo escribiste, vos debés saber.
-Bueno. Si, vivió siempre ahí. ¿Eso qué cambia?
-¿Hijo único?
-¿Eh?
-Si era hijo único.
-Era hijo único.
-¿Y de quién era la muñeca?
-¡Y que se yo!
-Ah, aparece una muñeca de la nada. Si me dijeras que tenía una hermana y había perdido la muñeca, vaya y pase, pero así…
-Capaz que estaba desde antes la muñeca, era de una de las hijas de los dueños anteriores.
-Entonces debo suponer que los padres del tipo este eran unos roñosos, porque para no limpiar nunca en ese rincón…
-Es que no había espacio suficiente.
-¿Y el lavarropas ya estaba de antes o lo trajeron ellos? Porque si lo trajeron ellos, quiere decir que la muñeca antes no estaba y vuelvo otra vez a la pregunta: ¿de donde mierda salió la muñeca? Aparte, ¿nunca se rompió el lavarropas? ¿Nunca un técnico tuvo que revisarlo y correrlo? Porque el tipo es un tipo grande, ¿o no? Años con el mismo lavarropas. Decime la marca que voy y me compro uno ya mismo.
-Vos sos un hincha pelotas que le buscás la quinta pata al gato.
-Es que cuando leo algo quiero que tenga al menos un viso de realidad. Si hubieras puesto que, cuando el cana mete la mano, se la muerden y la saca toda ensangrentada, sería un buen golpe de efecto y me la creo y todo de que es la muerte. O que cuando se la está llevando, la muñeca guiña un ojo o sonríe malvadamente, mostrando unos dientecitos afilados. Ahí también me cerraría. Sería algo así como una muñeca malvada.
-Está muy visto. Yo quería una muñeca común y corriente y que el tipo se alucina el resto. Punto.
-Y volvemos al principio: ¿Y de donde choto salió la muñeca?
Al final me harte y le di la razón que, después de todo, la tenía.
Estuve tentado de cambiarle el final con eso de la mordida o el guiño de ojo, pero lo dejé como estaba para ponerlo a la crítica constructiva de todos ustedes. Y al primero que me vuelva a preguntar ¿de dónde salió la muñeca?, no le dirijo más la palabra.
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No hubo forma de sacarla de allí. Trató de tentarla con un pedazo de pollo, pero ni se mosqueó.
No le tenía miedo, ni tampoco respeto. Lo único que lograba despertar en él era curiosidad. Se comenzó a quedar noches enteras sentado en el lavadero, la espalda apoyada contra el lavarropas y la botella de whisky en la mano. Llevaba tres años con lo que él denominaba “su problemita alcohólico, pero bajo control”. Estaba completamente seguro de que eran tres años porque fue cuando falleció Sara.
En esas noches de insomnio, algunas veces con la vista perdida en la luna, hablaba con la muerte. Nunca le hizo preguntas, no necesitaba saber nada, sólo le contaba sobre Sara.
Y de pronto se encontró no solo las noches, sino también las mañanas y las tardes sentado contra el lavarropas.
Y un día ya no se levantó. Se quedó allí oyendo su propia voz. La botella se vació y rodó fuera de su alcance. Orinó y defecó en sus pantalones y no le importó. Lo único importante era que la bruma gris que se había instalado sobre él el día de la muerte de Sara se iba disipando, desgarrándose en jirones, dejando entrar una luz que no conocía y a la que se entregaba con una nueva y extraña alegría.
La muerte de verdes ojos le clavaba la mirada, observando todo este proceso sin inmutarse.
Lo encontraron tres meses después. Una vecina llamó a la policía denunciando olores nauseabundos.
Golpearon la puerta cinco veces. La única ventana que daba a la calle tenía las cortinas cerradas y no dejaba ver nada del interior. La vecina se acercó a ellos y les dijo que el olor podía olerse desde su patio, que daba al de la casa del hombre. Los dos oficiales acompañaron a la mujer al patio. Uno de ellos trepó la medianera y vio unos pies asomando desde abajo de un alero de chapa. Llamó dos veces, pero los pies no se movieron. Miró a su compañero y saltó.
La ambulancia llegó veinte minutos después. Subieron el cuerpo a una camilla y lo taparon con una sábana blanca.
El oficial que había saltado ya estaba por marcharse cuando notó un reflejo entre la pileta y el lavarropas. Se acuclilló y, entre las sombras, vio aquellos ojos verdes.
Estiró su mano.
La muñeca estaba sucia. Llevaba un vestido raido por el tiempo. Su cabello era negro, largo, y estaba enredado. “Una muñeca para peinar”, pensó el policía. En su cara se destacaban aquellos enormes ojos verdes. Tenía largas pestañas. Cuando el policía la inclinó, sus ojos se cerraron. El policía sonrió. “Capaz que con una lavada y un nuevo vestido le puede gustar a Paula”, se dijo a sí mismo.
Salió de la casa con la muñeca en la mano.
Nota del autor:
Este relato lleva consigo una pequeña anécdota que me gustaría compartir. ¿Puedo? Gracias. Prometo ser breve.
Antes de entrar al mundo de los blog le daba a leer a algunos familiares y amigos mis creaciones. Todavía sigo haciendo eso, solamente que ahora se los mando por mail. Ellos vendrían a ser como un testeo previo antes de que lo publique. Si a seis de diez les gustó, lo mando con dudas. Si a ocho de diez les gustó, ahí ya voy más tranquilo. No tengo un solo cuento que haya sido cien por ciento aceptado, pero puedo vivir con eso.
Tengo cuentos que tuvo más votos en contra que a favor. Pero con este cuento en particular se me descalabraron todos los papeles: a nadie le gustó.
-No se entiende- me dijo mi amigo X (no quiere que su nombre salga en la blogosfera).
-¿Qué parte no se entiende?
-¿Era la muerte o no era la muerte?
-No era la muerte. Era una simple muñeca. El tipo es un borracho desde que murió su mujer y se alucina con que es la muerte.
-Aha. ¿Y el tipo vivió siempre ahí?
-¡Y que se yo!
-¿Cómo “y que se yo”? Vos lo escribiste, vos debés saber.
-Bueno. Si, vivió siempre ahí. ¿Eso qué cambia?
-¿Hijo único?
-¿Eh?
-Si era hijo único.
-Era hijo único.
-¿Y de quién era la muñeca?
-¡Y que se yo!
-Ah, aparece una muñeca de la nada. Si me dijeras que tenía una hermana y había perdido la muñeca, vaya y pase, pero así…
-Capaz que estaba desde antes la muñeca, era de una de las hijas de los dueños anteriores.
-Entonces debo suponer que los padres del tipo este eran unos roñosos, porque para no limpiar nunca en ese rincón…
-Es que no había espacio suficiente.
-¿Y el lavarropas ya estaba de antes o lo trajeron ellos? Porque si lo trajeron ellos, quiere decir que la muñeca antes no estaba y vuelvo otra vez a la pregunta: ¿de donde mierda salió la muñeca? Aparte, ¿nunca se rompió el lavarropas? ¿Nunca un técnico tuvo que revisarlo y correrlo? Porque el tipo es un tipo grande, ¿o no? Años con el mismo lavarropas. Decime la marca que voy y me compro uno ya mismo.
-Vos sos un hincha pelotas que le buscás la quinta pata al gato.
-Es que cuando leo algo quiero que tenga al menos un viso de realidad. Si hubieras puesto que, cuando el cana mete la mano, se la muerden y la saca toda ensangrentada, sería un buen golpe de efecto y me la creo y todo de que es la muerte. O que cuando se la está llevando, la muñeca guiña un ojo o sonríe malvadamente, mostrando unos dientecitos afilados. Ahí también me cerraría. Sería algo así como una muñeca malvada.
-Está muy visto. Yo quería una muñeca común y corriente y que el tipo se alucina el resto. Punto.
-Y volvemos al principio: ¿Y de donde choto salió la muñeca?
Al final me harte y le di la razón que, después de todo, la tenía.
Estuve tentado de cambiarle el final con eso de la mordida o el guiño de ojo, pero lo dejé como estaba para ponerlo a la crítica constructiva de todos ustedes. Y al primero que me vuelva a preguntar ¿de dónde salió la muñeca?, no le dirijo más la palabra.