I
En una de las reuniones que tuvimos, José tiró una idea para poder recaudar unos manguitos más.
-Conozco a alguien que me pidió que hablara con ustedes sobre el tema- nos dijo-. Él anda buscando algo chiquito como esto para arrancar.
-¿Qué hace tu amigo?- le preguntó Ernesto.
-No es mi amigo- recalcó José-. Es un conocido.
-Bueno. ¿Y de donde lo conoces?- dije yo.
-De la milonga.
-¿Qué milonga?
-Una que está por el centro. Un cuchutril donde se junta la gente para bailarse unos tanguitos. Ta’ lindo el lugar. Es con orquesta en vivo.
-¿Y qué quiere el muchacho este?- dijo Raúl.
-No es un muchacho.
-¡No me digas que es una mina!- saltó Ernesto.
-¡No!- dijo José-. Quiero decir que no es una persona joven. Debe tener nuestra edad- dudó unos segundos-. Y un poco más, también…
-¿Pero qué es lo que quiere hacer el hombre este, José?- fue al punto Raúl.
-Dar clases de tango- sonrió Josecito.
Nos miramos entre todos, asintiendo con las cabezas. No era mala la idea.
-Melquiades, mandanos una ronda de café, por favor- pidió Juan.
-Salen- respondió Melquiades.
-Me gusta lo de las clases de tango- dije yo-. Creo que puede andar.
-Hacemos unos afichitos para poner por el barrio y sale con fritas- opinó Ernesto.
Nahuel vino con la bandeja y repartió los cafés.
-¿Qué opinas vos, Nahuelito?- dijo Raúl.
-¿Sobre qué?
-Acá el amigo- dijo Raúl palmeándolo a José- va a traer a un veterano para que de clases de tango.
Nahuel se quedó pensativo. Yo golpeaba el sobre de azúcar contra la mesa y lo observaba.
-Me gusta el tango- dijo al fin Nahuel.
Nos quedamos esperando que dijera algo más, pero Nahuelito encaró para la barra y se acodó allí.
II
-Y decime, Josecito- preguntó el viejo Ezequiel-, ¿este conocido tuyo es de confianza? Porque tampoco es cuestión de meter a cualquiera acá, ¿no es cierto, muchachos?
Tuvimos que darle la razón a Ezequiel.
-¿Sabés que podemos hacer, José?- dijo Ernesto-. Traelo, así lo conocemos y charlamos un poquito con él.
-Bueno, si quieren le pego un tubazo y le digo que venga ahora.
-¿Ahora?- dije yo-. ¿Te parece, Josecito? ¿No se enojará?
-Con probar no se pierde nada- dijo decidido José.
Fue hasta la barra y se acodó al lado de Nahuelito.
-Melqui, ¿no me aguantás el tubo un cacho?
-¿Llamada local?- dijo Melquiades.
-Si.
-¿Celular? Por que si es celular después me viene un choclo de factura.
-No, no es un celular, Melqui.
Melquiades sacó de debajo de la barra uno de esos viejos teléfonos negros a disco.
-¿Funca esta cosa?- preguntó asombrado José.
-Claro que funca.
-Pero esto es del año de ñaupa, Melqui.
-¿No lo queres? No llamés- fue clarito Melquiades, mientras guardaba otra vez el fono debajo de la barra.
-¡No, no, no!- rogó José.- Prestámelo, Melqui.
III
José volvió a la mesa y se sentó en su silla.
-Ahí viene- informó.
-¿Tardará mucho?- quiso saber Ernesto.
-Media horita, cuarenta minutos- calculó José.
-¿Pedimos un vermucito para pagar entre todos?- dijo Ezequiel.
-¡Melqui!- pegó el grito Juan-. ¡Un vermucito completito para seis!
-Sale.
En la canchita hay unos chiquitos pateando penales en uno de los arcos.
-¿Pagan los pendejos estos?- inquirió Ezequiel codeándome el costado.
-¿Cómo queres que paguen, Ezequiel?- le digo-. Son chiquitos pasando un momento divertido.
-Pero están usando la cancha- la siguió Ezequiel-. Y si usan la cancha, tienen que pagar. Acá no hacemos beneficencia, Saturnino. A fin de mes tenemos que cubrir los gastos y nunca llegamos.
-Llegamos, Ezequiel, llegamos- le digo-. No rompas las pelotas, ¿queres? Son tres chiquitos pateando unos penales.
Nahuel llega con el vermut.
-Permiso, caballeros- dice muy educadamente mientras acomoda las cosas arriba de la mesa.
Cuando la bandeja queda vacía, levanta los pocillos de café y se retira.
-¿Qué es eso?- pregunta Ernesto señalando un platito lleno de unas cositas medias raras.
Raúl se acercó el platito a su lado y le echó una mirada.
-¿Qué es?- volvió a preguntar Ernesto.
Raúl hundió un poquito su dedo índice entre aquellas cosas y se lo olió.
-Ni la puta idea- concluyó volviendo a poner el platito donde estaba.
-Probá uno- le dijo José a Ernesto.
-¿Ta’ loco vó?- dijo Ernesto.
Yo escuchaba la conversación mientras bebía mi vermut.
-Alcanzame el platito- le dije a Ernesto.
Ernesto lo puso al lado mío.
Todos me miraban.
Tomé una de esas cosas y me la llevé a la boca. Le di un mordisco tentativo, puse trompita mientras lo saboreaba, y luego lo tragué.
-¿Y?- dijeron todos.
Agarré un puñado de las cosas y las metí en mí boca.
-Tan buenos- dije, mientras masticaba.
-¿Qué son?- me preguntó Ernesto.
-No se que son, pero están buenos.
Ernesto probó uno, medio con asquito. Su cara cambió mientras lo tragaba.
-Ta’ bueno de verdad- dijo.
Todos empezaron a meter mano. Pronto el platito quedó vacio.
Le hice señas a Nahuelito, que se acercó a nosotros.
-Nahuelito, ¿Qué eran esos cositos que trajiste?- le pregunté.
-No sé- se sinceró Nahuel encogiéndose de hombros-. Me lo cargó Melquiades en la bandeja. Si quieren, voy y le pregunto.
-Andá, preguntale, y traete otro platito- le dije, alcanzándole el que estaba vacío.
Nahuelito fue hasta la barra y cruzó algunas palabras con Melquiades. Este asintió con la cabeza y fue para la cocina. Salió al poco rato con el platito otra vez lleno de aquellas cosas. Dio vuelta la barra y lo trajo él mismo.
-Aquí tienen- dijo.
Nos abalanzamos sobre el platito.
-¿Qué son?- le preguntó Raúl.
-Berberechos- respondió Melquiades-. No me digan que no conocen los berberechos.
-¿Es alguna ave?- dijo Juan.
-¡No seas bruto, che!- se rió Raúl-. El berberecho es un pescado.
-Y vos estás peor que él, Raúl- le dijo José-. El berberecho no es un pescado, es un molusco.
-Pero está en el mar, ¿no?- se defendió Raúl-. Y para mí, todo lo que está en el mar es un pescado.
-No están en el mar. Están en la playita, como las almejas.
-¿Y hacen perlas los cosos estos, los berberechos?- preguntó Ezequiel.
-No. Esas son las ostras- dije yo para no quedarme afuera.
José se paró de golpe y se limpió las manos en los pantalones.
-Ahí viene- anunció.
Parado en la puerta, un hombre alto vestido de traje, sonriente, y con un pañuelo de seda anudado al cuello, miraba a todos los presentes.
IV
-René- llamó José agitando su mano.
El hombre giró hacia la voz y, al ver a Josecito, caminó por entre las mesas hacia nosotros.
-Buenas tardes, señores- saludó al llegar.
-Buenas tardes- dijimos todos a coro.
-Saturnino- dijo Ernesto-, alcanzale una silla acá al amigo.
Me estiré hacia atrás y agarré una silla por el respaldo.
-Siéntese, amigo- invité.
-Muchas gracias- dijo el hombre tomando asiento.
El tipo parecía muy atildado. Llevaba el pelo canoso peinado con esmero, las uñas prolijamente cortadas, y la sonrisa no desaparecía de su rostro. Su dentadura parecía una propaganda de dentífricos.
-¿Los dientes son todos suyos?- le pregunté.
-No son preguntas para hacer, Saturnino- me cagó a pedos José.
-No pasa nada, Josecito- dijo el hombre, riéndose.
-No quise faltar el respeto, Don- dije yo-. Lo que pasa es que es la primera vez que veo tal dentadura.
-Postiza- dijo él-. Los míos se cayeron hace rato.
Rio con ganas. Me está cayendo bien este tipo.
-Yo ya les comenté más o menos lo que querías hacer, René- lo puso al tanto José.
-Quique- dijo René.
-¿Qué?- dijo José.
-René es el nombre de fantasía que uso para la milonga. Mi nombre verdadero es Quique.
-Ya me parecía que no podía llamarse René. ¿Cómo se va a llamar René? René se llama la rana esa- dijo Ezequiel.
-A los turistas les gusta- le explicó Quique.
-A los turistas les gusta cualquier verga- fue tajante Ezequiel.
-Tenes que disculparlo a Ezequiel- dijo Josecito-. La edad le está haciendo mierda el cerebro y dice boludeces.
-No pasa nada- lo tranquilizó Quique.
-Bueno, Quique- dijo Ernesto-. A ver, contanos lo que tenes pensado.
-La idea es dar clases de tango. Traigo un equipito de música y arrancamos.
Miró hacia la canchita donde los chicos todavía seguían pateando penales.
-¿Sería ahí?- preguntó.
-Si- le dijo Ernesto-. ¿Y qué horarios tenías pensado?
-Empezaría a la tardecita, tipo de seis a siete. Comenzaríamos con un día por semana, para probar. Después, si vemos que la cosa camina, agregamos días.
Ernesto nos miró a todos. La mayoría asintió con la cabeza, menos Ezequiel que estaba enfurruñado en su silla.
-Nos parece bien, no creo que haya problemas. Hay que hablar con Melquiades para que te pase los horarios libres en la canchita.
-Ustedes me dicen- responde Quique-. Lo que tenemos que arreglar es el tema del alquiler del lugar.
-Bueno, si va a hacer una vez por semana, podemos comenzar con quinientos pesitos mensuales- tiró una cifra Ernesto.
Quique deliberó un momento consigo mismo y luego dijo:
-Podemos probar. Mañana voy a traer unos cartelitos para pegar en la puerta y en algunos negocitos que me dejen. Pongo como fecha de inicio la semana que viene, ¿les parece?
-Se va a llenar de jovatos esto- gruño Ezequiel.
-No se crea, eh- dijo Quique-. A los jóvenes les gusta mucho el tango.
-Es verdad- aportó José-. En la milonga hay mucha gente joven de veinte y picos de años que baila muy bien.
-Peor- volvió a la carga Ezequiel-. Se nos va a llenar el lugar de pelilargos.
-¿Sabe qué podemos hacer, Ezequiel?- dijo Quique poniéndole una mano en el hombro-. A usted le voy a dar clases gratis, ¿qué le parece?
-¿Clases a mí? Yo podría enseñarte varias cosas a usted sobre el tango, mi amigo. Yo me he recorrido los cien barrios porteños bailando tangos.
-¿No me diga?- se interesó Quique-. Pues enséñeme sus cosas y yo le enseño las mías. En el tango siempre se sigue aprendiendo. ¿Qué le parece si damos una clase conjunta?
-Me parece bien- dijo Ezequiel.
V
Una hora después, Quique se levantó de la silla, saludó a todos, y se marchó no sin antes repetirnos que mañana pasaba a dejar los afiches.
-¿Qué les pareció?- nos preguntó José-. Tipo piola. ¿Vieron cómo lo manejó a Ezequiel?
Ezequiel se había ido antes. Se tuvo que volver a la casa para tomar una pastilla que siempre lleva con él, pero que esta vez se había olvidado.
-A mí me cae bien- admití.
-Si, buen tipo- dijo Ernesto.
-¿Pedimos otro vermucito?- dijo Juan.
-¿Con berberechitos?- dijo Ernesto.
-Con lo que venga- dije yo.
Lo llamamos a Nahuelito.
-Traete otro vermucito con berberechitos- dijo Ernesto.
Nahuel cargó los vasos y los platitos vacios, pasó un trapito húmedo sobre la mesa y volvió a la barra.
Cuando vino nuevamente a la mesa, y mientras dejaba el vermut, nos preguntó a nosotros:
-¿Ese era el que va a enseñar tango?
-Satamente – confirmó José.
-¿Cobra caro?- siguió preguntando Nahuel.
-Todavía no sabemos- dije yo-. Mañana viene a pegar unos afiches, así que seguro ahí nos enteraremos. ¿Por qué? ¿Queres aprender a bailar tango, Nahuelito?
-Me gustaría- dijo él.
Y dicho esto, se fue.
-¿Vos sabés bailar tango, Saturnino?- me preguntó Ernesto.
-No.
-Yo tampoco.
-Podrían anotarse- dijo José-. No es difícil.
Ernesto y yo nos miramos.
-¿Y por qué no?- dije yo.
¿Y por qué no, no es cierto?
YO!! yo me anotaría ¿ve? A mi me encantaría saber bailar tango... pero bailar posta no un ochito y listo. (no te voy a preguntar x la foto de la billetera pa que no me maltrates, pero.... ¿y?.. ¿para cuando?)
ResponderEliminarBesos!
Connie: ¿Pero usted quiere aprender tango o matemáticas?
ResponderEliminar(Y hace bien: no me pregunte sobre la foto porque me pongo loco.)
Besos.
Granatto.. ¿cuantos capitulos son?
ResponderEliminarno salió mi comentario anteriorrrrrrrrrrrrr... bueno, repito: fenómenos los diálogos de los muchachos, don. ahora una cosita: me parece a mi o güevean de lo lindo ahí??
ResponderEliminarConnie: La respuesta, en los comentarios del primer capítulo.
ResponderEliminarCla9: Son gente mayor. Supongo yo que ya se ganaron el derecho a güevear sin culpa, ¿no?
ResponderEliminarLo encantador lo perdio por escribir lindo? o nunca fue.....? No le llevaba lo mismo responder que mandarme a buscarla? juaaaaaazzz ...... jodido! gracias señor!
ResponderEliminarConnie: No me gusta repetirme.
ResponderEliminarQuedamos asi
ResponderEliminarConnie:No se me haga la ofendida que yo tengo que soportar que me venga a leer toda despeinada y no digo nada.
ResponderEliminarAdrián, si pongo foto porque pongo foto, si cambio por avatar, porque esta despeinado, si pregunto porque pregunto, Hay algo que le venga bien? Si me sigue maltratando me obliga a esperar la pelicula!
ResponderEliminarConnie: Pere que le alcanzo a Toribio, así no se cansa de esperar parada.
ResponderEliminarjuaaaazzzz ve? es capaz de decirle que no a Escorsese pa maltratar... mande a Toribio nomas! de ultima le doy charla! besos cabrones
ResponderEliminar¿Así que clases de tanguito? Que divertidos los viejitos, hablan todo en diminutivo igual que el Chechito! Helouuuuuu! he vuelto.
ResponderEliminar¿Que pasa con Enriquito? ¿todo bien?
Lils: ¿Por el Enriquito pregunta usted? Nu se. ¡Enriquiiiiitoooo!
ResponderEliminarMuy bueno los diálogos , pero me sumo a la cruzada por la continuación de la historia de la foto. Que suerte que se agente huevea lindo ahi. Salutes.
ResponderEliminarAquí el que faltaba para el truco. Ando enquilombado otra vez y casi ni tengo tiempo para entrar a leer, así que llego tarde, pero llego. Estoy de sequía creativa y no quiero meter refritos, por eso no posteo, pero ya saben que yo soy igual que el peronismo: "siempre vuelvo". Afortunadamente, conmigo o sinmigo, el blog mantiene un excelente nivel. A todos les digo: muy bueno lo suyo.
ResponderEliminarUn abrazo a tutti cuanti.
Piper: ¿Otro con la foto? ¡Pero que cosa, che! ¡Parecen chicos! ¡Ya va! ¡Ya va!
ResponderEliminarEnrique: No calentarum, Enriquito. Algo meteremos. Usted tranquilo. ¿Tiene para el primero? ¿Les digo la falta o lo llevamos de a poquito?
ResponderEliminarBuenisimo Adrian!!! Pero, en serio, como se la pasan al pedo los muchachos todo el dia...Jua, Jua
ResponderEliminarWalter: ¿Y usted qué haría? Seamos honestos, Walter. ¡Nos rascaríamos el higo a cuatro manos!
ResponderEliminarYo, seguro...