16 feb 2010

La Martina

El sargento Almada se secaba el sudor con un pañuelo gris. El viejo ventilador de pie no alcanzaba a refrescar el cuarto donde se les tomaba declaración a los detenidos. La chica tardaba en responder a las preguntas más simples, y Almada se quedaba esperando con los dos dedos índice listos para caer como martillos sobre las teclas chuecas de la vieja Olivetti.


Martina Llanos hablaba desde un lugar que no se hallaba dentro de la pequeña comisaría. En cada respuesta parecía volver de un pozo habitado con muchos fantasmas y pocas palabras.

- ¿Su parentesco con el occiso?

- Hija.

-H.i.j.a-, deletreaba en voz alta el sargento pensando como era posible que tuviera que pensar para definir el parentesco que la unía al hombre muerto, entonces se dejó llevar por el morbo y le dijo:

- Sin embargo en el pueblo dicen…

- En el pueblo dicen muchas cosas- respondió esta vez rápidamente-, pero nadie nos conoce.



Gregorio y Martina Llanos habían llegado del otro lado de la cordillera siendo ya adultos para instalarse en el Haras La Martina y nunca se habían integrado a la vida social del pueblito que se levantaba laderas abajo, en el valle.

Don Gregorio criaba caballos pura sangre y la Martina cultivaba una huerta. Eso era todo lo que se supo de ellos, hasta que la muerte abrió las ventanas para curiosear en la vida de esos dos que vivían al margen de todo.

- ¿Y como era la relación entre ustedes? Insistió Almada.

- Normal. Era normal-. Contestó la Martina.

- Perdóneme señorita, usted sabrá comprender, le tengo que hacer esta pregunta porque hace al esclarecimiento de la causa por homicidio- dijo el sargento remarcando la palabra homicidio, ya que la chica no parecía caer en la cuenta de que era la principal sospechosa de matar a su padre-. No es normal que un padre duerma con su hija de treinta años en una cama matrimonial. Cuando se allanó la casa no se encontró otra cama. ¿Entonces?

- Entonces-dijo Martina tras una larga pausa-, para nosotros es normal.

Almada volvió a secarse el sudor. No sabía como seguir. A la chica no se le movía un músculo de la cara. No parecía avergonzada ni dolida.
Seguía buceando recuerdos en un pozo profundo al que solo ella tenía acceso.

Nunca le había contado a nadie que después de la muerte de su madre, a los cuatro años, sintió todas las noches a Gregorio acostarse a su lado con la respiración agitada y acariciarla con sus dedos torpes y temblorosos.

Que el día que cumplió los doce él la desfloró con suavidad, llorando de emoción y la llevó a dormir a su cama para siempre.

Que para evitar mandarla a la escuela le puso una maestra en casa, y que la única vez que conoció a otro hombre fue cuando Gregorio la entregó por una noche al gringo que vino a comprarle los caballos, en señal de hospitalidad.

Tampoco nadie, nunca, sabría que cuando hubo problemas,Gregorio vendió todo y se la llevó lejos adonde nadie los molestara.

- Yo no lo maté-, dijo Martina de pronto-, hagan lo que quieran. Enciérrenme, mátenme, hagan lo que quieran, yo no lo maté, pero eso no tiene importancia.


El sargento Almada sacó la hoja de la máquina de escribir y dio por terminado el interrogatorio. Era evidente que la chica no iba a decir nada más. Que la muerte de Gregorio Llanos, el hombre de sesenta años que había aparecido en el fondo del pozo ciego del Haras de su propiedad, muerto por un golpe en la cabeza, se resolvería culpando a la hija, que se declaraba inocente pero no tenía coartada.

La Martina escuchó la sentencia con entereza. Veinte años o diez o todo el tiempo, le daba lo mismo.

Nada tenía sentido desde esa noche en que su hermano Genaro apareció después de muchos años de buscarlos, mató a su padre y lo arrojó al pozo.

- Ahora somos libres, hermanita-le dijo Genaro aún con el hierro ensangrentado en las manos-, ahora te liberaste de ese degenerado que nos jodió la vida. Ahora podés vivir en paz…

-¿Qué hiciste, Genaro? -Alcanzó a balbucear Martina-.Yo nunca voy a poder vivir en paz. Yo ya estoy muerta.

Más tarde lo convenció para que se fuera lo más lejos posible y se olvidara de todo. Ella se haría cargo, le dijo.

Entonces llamó a la policía para sacar a su padre del pozo ciego. Ella misma lo lavó y lo vistió para el velorio, al que se acercaron decenas de vecinas morbosas.

Y ella se puso su mejor vestido para despedir al único hombre que amó en la vida.

Lils, 15-2-10

21 comentarios:

  1. ¡Que lo recontra parió! ¡Me dejó con la boca abierta, mi estimada!

    ResponderEliminar
  2. ¡Electrizante, conmovedor!
    Pocas palabras y un verdadero mandoble al higado mi amiga, aun siento el dolor...

    ResponderEliminar
  3. ahhhh!!!! impresionante. qué historia... claro, era normal. y lo del pozo, ella también estaba ahí. qué bien la contaste lils. me encantó!!!! skål!!

    ResponderEliminar
  4. Cierre esa boca, Adrián, que le van a entrar las moscas que le rondan al finado. Puaj.


    Walter, sorry, no quise, de veras. Recuperesé, amigo.

    Cla, de paso quise reflexionar un poquito sobre lo "normal". Es sabido que en algunas tribus el incesto es algo natural, no?


    Muchos besos y muchas gracias a todos. Este cuento forma parte de una serie que trata sobre la delgada línea que separa el amor de la locura, y en primero de la serie lo publiqué en mi otro blog de Clarín.

    SKåL (para Adrián que no le sale)

    ResponderEliminar
  5. Buenas preguntas cabrían acá.
    ¿Qué es el amor entre padres e hijos?
    ¿Por qué el sexo tiene que ver con el amor?
    ¿El aislamiento puede generar dependencia sexual o el sexo no consentido genera aislamiento?

    ResponderEliminar
  6. Moni, buenas preguntas, sip, cuya respuesta serían harto complejas. Beso

    Betu, me alegro de que te haya gustado.

    See you!

    ResponderEliminar
  7. Muy bueno Lils, de principio a fin, sin desperdicios.Duro, pero no irreal, todo lo contrario, cuantas historias asi habrá, que nosostros ni sospechamos.

    ResponderEliminar
  8. Si, Piper, creo que debe haber unas cuantas, pero solo nos enteramos de aquellas que alcanzan notoriedad en los medios.
    Gracias!

    ResponderEliminar
  9. ¡Excelente, Lils!
    Valió cada click seguirte hasta acá.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  10. Miguel! gracias! (mis tramplas siguen funcionando)

    ResponderEliminar
  11. A la mierda! sinceramente impresionante..... ! de verdad me gusto pero me dejo anonadada,,, aprendi que predecible, NO SOS! Un beso

    ResponderEliminar
  12. Connie, parafraseando a Adrián te digo ¡no se me anonade! Bueno, en las letras trato de no ser predecible, en la vida me sale espontáneamente. :-)

    ResponderEliminar
  13. Muy bueno.
    Sobre todo porque quien podría definir sin dudas la palabra normal.
    Beso.

    ResponderEliminar
  14. ajajajajaj Me anonado igual!!! ajaja me hiciste reir, con respecto a la vida.... creo que somos mujeres y ese genero ya de por si nos convierte en predecibles. Beso grande nena!

    ResponderEliminar
  15. Ese es el punto, Marcela!

    Connie, te recomiendo que no hables acá de cuestiones de género porque hay dos que se la pasan criticando a las mujeres. No te digo quienes son porque si venís seguido lo vas a descubrir sola.

    Gracias a ambas dos y sean muy bienvenidas.

    ResponderEliminar
  16. Me parece un relato, que ronda entre el maltrato a la mujer y la sumisión al hombre, entre el costumbrista y hondo Lorca y la noticia diaria en los periódicos sobre la violencia de género.Pero me gusta como ella entre la luz de luna se viste para el hombre que siempre ha querido. Salud.

    ResponderEliminar
  17. Gracias, me honra su comentario, Anónimo, me gustaría poder agradecerle sabiendo su nombre. De todos modos, gracias!

    ResponderEliminar
  18. I love La Martina but the brand is not really popular in North America. Maybe with time more and more people will start waring it and it will pick up in popularity.

    ResponderEliminar