Nació como un pequeño nudo, en ese lugar incierto donde las preocupaciones cotidianas hacen un lugar para las extraordinarias. Se fue alimentando de pequeñas frustraciones y de dificultades irrelevantes. Creció al calor de inconvenientes, malos entendidos y fallas de comunicación. Un día se encontró con un detalle sin importancia que tenía potencial para obtenerla. Vio al detalle convertirse en prioridad y reconoció la angustia que surgía. Gracias a la angustia la prioridad pasó a ser obsesión. Las cosas ya no se veían del mismo modo, el entorno se volvía hostil.Edvard Munch (1863/1944)
Entonces llegó el primer golpe.
Al principio pretendió no darle importancia, pero sabía que había estado allí. Y crecía. La obsesión, mientras tanto, no se detenía. La obsesión pretendía control. La ilusión de control generaba más golpes. Los golpes y la falta de control invitaban a la angustia.
Y cada vez más seguido aparecía el maltrato.
Y seguía creciendo.
La obsesión, los golpes, la angustia, el maltrato, se llevaban muy bien con la impotencia. La impotencia aniquilaba la autoestima. Y la represión, que siempre estuvo, comenzó a preguntarse si acaso podía contener semejante embate.
Hasta que fue el momento del abandono.
En realidad el abandono ya se venía presentando. Sutilmente, sin dejarse ver demasiado. Pero fue entonces cuando hizo su aparición de manera explícita acompañado por la despedida. La despedida no era dulce ni cálida, sino más bien fría y descarnada. Esta despedida era amiga íntima del maltrato y atacaba directamente a la autoestima.
Fue en ese momento en que la represión bajó los brazos.
Inconvenientes, malos entendidos, fallas de comunicación, detalles, prioridades, obsesiones, golpes, falta de control, angustia, maltrato, impotencia, falta de autoestima, falta de objetivos, despedidas crueles, abandono.
Todos ellos corrieron desbocados por allí donde la represión ya no estaba. Y encontraron el camino del esófago y viajaron por la garganta hacia la boca.
Y el grito estalló.
Another Brick in the Wall (Part 3)
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