18 jun 2011

Resurrección


– No voy a poder hacerlo mi Señor.

– No te preocupes, es muy fácil y nadie se dará cuenta. Tengo que ir lejos a reencontrarme con mi espíritu, a recibir nuevas fuerzas que me ayuden. Sabes que no es sencillo hacer esto, por eso te pido este favor Judas. Te pido que me ayudes.

Judas se secó el sudor de la frente.

– Está bien mi Señor, repítame por favor que es lo que desea.

– No es nada que no puedas hacer, por eso te lo pido a vos – lo animó Jesús apoyándole una mano en el hombro. – Solo tienes que decir esas palabras y todo el mundo creerá que tu eres yo. Pronto volveré y te librare de ese peso y te estaré eternamente agradecido.

Judas miró a Jesús y lloró.

Como había dicho Jesús, no era difícil hacerlo, se parecía mucho a él físicamente y la tarea era simplemente presentarse en un lugar y decir una frase. Nada de que preocuparse.

Llegó el día, Judas estaba muy nervioso, Jesús se había ido hacia unas semanas y le había dicho lo que sucedería. Nunca había preguntado como lo sabía, era Jesús y Dios su padre, suponía que eso era suficiente, aunque no fuera cierto. Obedecería sin más, fin de la cuestión.

Entro al poblado lo más calmado que pudo y se dirigió al Templo de los fariseos, muchos le besaron las manos agradeciendo que haya vuelto del monte Olivos, muchos otros miraron con odio al supuesto Jesús, enviados a espiarlo.

Una vez en el Templo le llevaron una mujer a sus pies, acusada de adulterio, de la muchedumbre surgieron gritos y brotaron piedras hacia ella.

Judas tomó todas las fuerzas de su interior y se puso de pie, tal como le dijo Jesús que sucedería, levantó las manos y lo más calmado que pudo dijo.

– El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. – Y como le habían anunciado, nadie lo hizo y todo fue paz.

Pasaron los días, las semanas, los meses y no supo de Jesús mientras él desempeñaba cada vez mejor su papel; al tiempo, junto a los demás discípulos que sabían del cambio y reunidos en medio del bosque, apresaron al supuesto Jesús, quién rápidamente fue enjuiciado y sentenciado a morir en la cruz. Se supo que Judas lo había vendido por unas monedas, pero lo que nunca se supo es que el propio Jesús en la piel de Judas se había oculto donde sepultarían al hijo de Dios.

Porque Dios era todopoderoso para el mundo, pero todavía no podía resucitar a su propio hijo que, escondido, solo tuvo que sobrevivir en una cueva, y reaparecer al tercer día.

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