25 ago 2012

Fuck you


Abrió un solo ojo para detectar la ubicación de la scola do samba que le interrumpía el sueño quemándole la cabeza con su redoblante. La apagó con el botón del celular. No podía ser que fuera hora de levantarse. Hacía dos minutos apenas que había fletado a la puta ante quien se había sentido humillado otra vez, una puta ignorante, a la que hubiera sido inútil explicarle que esto no le pasaba por la merca, sino por el trauma post-divorcio.
A todo esto, el gordo Alejandro, prendido al timbre como un hijo de puta. Por que carajo no entraba, si le había dado una llave para que lo fuera a despertar.
¿O era el teléfono?
- Loco, dale, vamos, tenés que estar en tribunales a las diez. Dale, loco.
Tribunales. Claro. A ver que inventaba para hacer zafar al pendejito éste, boludito que había creído que vender sin darle su parte a los de arriba le iba a salir bien. Perejiles de cuarta que le pagaban los honorarios con merca. Esos eran sus clientes. Mierda pura.
Se lavó la cara con agua helada, y se hizo buches para ver si las palabras dejaban de pegársele a la lengua o bien la lengua se le despegaba del paladar. Café, necesitaba café.
-Tenés que pasar a buscar a la madre del pibe, dale que es tarde.-dijo entrando al baño el gordo que parecía haber dedicado su vida al sacerdocio de ser su agenda humana.
La madre del pendejo, claro, la que lloraba y juraba que no sabía nada, como todas. Pelotuda.
Estaba buena la flaquita, aún con esa cara de asustada tenía pinta de buena cogedora.
-¿Me trajiste eso? Le preguntó apenas se sentó en el auto.
La mujer sacó un paquete de la cartera y se lo entregó en silencio con gesto mezcla de asco y de vergüenza.
Pero ¿Qué se hacía la inocente la pelotuda esta? ¿Por qué lo miraba con lastima?
-Mirá, flaquita, te voy a ser honesto, es muy difícil que tu pibe zafe, ¿sabés? Lo más probable es que termine en Batán. ¿Vos sabés lo que le va a pasar ahí, no? Le van a romper el culo.  Le dijo cuando ya estaban a mitad de camino.
La mujer agachó la cabeza y se le llenaron los ojos de lágrimas.
-Era un chiste, che. Lo voy a sacar, quedate tranquila.
Se le iba la mano a veces. La boca andaba más rápido que los pensamientos, la ruta se llenaba de curvas más veloces que los reflejos. Al parecer, algunas partes de su cuerpo habían decidido tener una vida independiente del cerebro, o no tenerla en absoluto. No era la merca, no, era culpa de esa hija de mil putas que lo había dejado por otro.
Cuando salieron de tribunales la invitó a la flaquita a tomar un café en la estación de servicio de la ruta y se tomó una pasta. Entonces le preguntó si sabía manejar y le tiró sobre la mesa las llaves del auto.
-No doy más, flaquita, manejá vos. Necesito dormir.
La mujer, con cara de terror trataba de argumentar algo, pero el doctor ya estaba roncando en el asiento reclinado del acompañante.
*
Las cosas habían salido bien, no podía quejarse. Había conseguido que el juez cambiara la carátula de la causa y el pibe salió excarcelado. Aunque sabía que había pesado más la cara de María Magdalena de la flaquita que sus buenos oficios de abogado, nunca lo admitiría. Ella no había faltado un solo día de la larga semana que el pibe estuvo en tribunales, sentándose callada en algún banco de los pasillos, serena pero alerta como una tigresa que protege a su cría y eso, se crea o no, influye en algunos jueces.
Pero esta mina tenía algo especial. En los viajes a tribunales que hicieron juntos aquella semana lo había notado. Tenía como un aura de princesa a la que nada podía manchar, ni en sus momentos más vulnerables.
Esa tarde que la dejó sola con las llaves del auto lo había llevado hasta la casa y con la ayuda del gordo Alejandro lo habían acostado y velado hasta que despertó. Después lo acompañó siempre y nunca se quejó de nada.
Cuando todo terminó y dejó de verla se sorprendió muchas veces pensando en ella. Entonces tímidamente la invitó a cenar una noche a su casa y ella le cosió la bocamanga del pantalón del traje.
No se había equivocado en nada. La flaca era una fiera cogiendo. Y después del mejor polvo que había tenido en meses, resultó ser también muy buena oreja en el post coito, estirando las noches con la ayuda de alguna línea que no quiso nunca compartir, pero tampoco condenaba.
- ¿Podés creer que la yegua de mi ex-mujer, me dice que quiere que hagamos terapia para que esto nos cause el menor daño posible, después que me cagó y se mandó a mudar justo para navidad?
Y así la flaca se convirtió en terapeuta, geisha y secretaria del doctor, por algún tiempo.
Hasta que sus partes independizadas fallaron de nuevo y no pudo ni cubrir con la lengua la deficiencia.
No era la merca, no, era la yegua de su ex que le había cagado la vida y el sexo.
-No me mires así, con esa cara de vaca degollada, tarada, no me tengas lástima, boluda. Andá, andá a cuidar a tu pibe, putita. La próxima vez no lo voy a poder sacar, sabés, entonces si que le van a romper el culo. Ja!
Ella se vistió y salió tan silenciosamente como había entrado en su vida. Y sabía que no volvería a verla. Esos eran sus clientes, perejiles, boludos y sus madres putas con culpa. Una mierda de gente.
Esa noche se le fue la mano otra vez. Metió su nariz directamente dentro del paquete y perdió la cuenta de las medidas del líquido ámbar que se parecía tanto al whisky.
El caso es que la scola do samba sonó hasta que se cansó.
El teléfono no fue atendido.
Y a la mañana cuando entró el gordo Alejandro, el doctor estaba tirado desnudo en su cama con todas sus partes independizadas y duras.
En la morgue dijeron que había sido un ataque cardíaco masivo.
La flaquita ni siquiera intentó acercarse al cajón mientras la ex mujer lloraba exageradamente.
Con su porte de princesa intocable, desde la puerta de la sala velatoria, levantó su dedo mayor en dirección al difunto y salió caminando lentamente.

(Un reciclado de hace tres años)

5 comentarios:

  1. impecable. clara, ágil y real.
    bien hecho lils!!! (incontables e insoportables son esos boludos que se la saben todas...)
    salud!!!

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  2. Hace unos años mi narrativa era más soez que ahora. No se si es bueno o malo, son etapas. Salute!

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  3. Me encanta ese final. Como copa de vino que nos llevamos a boca para cubrir un latigazo.
    Saludos!

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  4. La vida y la muerte conviven tanto, que muchas veces nos confunden y no sabemos si estamos vivos o muertos en vida.

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  5. ¡Muy bueno!
    La violencia del diario vivir, retratada en forma impecable.
    Un texto ágil, que te lleva por lugares bien sórdidos, sintiéndote allí, contemplándolo todo; mérito absoluto de la autora que eso me halla sucedido.
    Compenetrado con la historia, odié al abogado y sonreí con el gesto de la madre del imputado que zafó.
    Genial, Lils, te felicito.
    ¡Saludos!

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