14 ene 2010

UN GUERRERO DE AQUELLOS...



W.G.G

Transcurría la primavera de 1986, mediados de octubre, si mal no recuerdo. El colorido contraste de árboles y flores, sumado al alegre trino de las aves, insuflaba a nuestros espíritus quijotescos una inyección de utopías. Combustible necesario para intentar transformar una sociedad anquilosada y temerosa, tras siete años de una terrible dictadura militar. Ese celeste domingo la pasamos en el parque Sarmiento, organizamos un improvisado picnic que rematamos con un partidito de futbol. Hombres y mujeres mezclados en una bataola divertidísima. Todo fue un preámbulo para la jornada militante que se avecinaba.


Era noche de pintadas en el barrio Jardín. El vecindario cordobés se convertía en una caldera política por aquellos días. Se aproximaban las elecciones estudiantiles en la Universidad Nacional de Córdoba y debíamos luchar durísimo para retener la conducción estudiantil. Conformábamos el Frente Santiago Pampillón, por esos días, la única agrupación estudiantil de izquierda que dominaba una importante federación en Argentina.


La guerra de las pintadas alcanzaba su punto de ebullición la semana anterior a la esperada votación. A diferencia de los demás grupos políticos con los cuales teníamos habituales enfrentamientos del tipo oral (insultos de todo calibre), los muchachos de Perón se hacían entender a golpes y cadenazos. No existía nada que los irritase más, que encontrar a los “zurditos” blanqueando un muro que acababan de pintar.


Debido a la polución lumínica, el cielo, totalmente despejado, mostraba solo alguna que otra estrella. En aquella velada artística, se encontraban los pesados de la organización: el tuerto, el turco, el coco y el tato, mas seis o siete subalternos, Magda, Analia,Augusto, Pepe, etc (Que de última éramos siempre los que menos trabajábamos)


Cristina se encargaba de corregir nuestras groseras pinceladas. Cristina…mi primer gran amor. Lastima que ella nunca se enteró. El estilista era el tato, diseñaba las letras con una rapidez y calidad inigualables. El tito Sawca nos proveía la ración de vitaminas indispensables (Unas ricas cervecitas). Por supuesto, no podía faltar Coniglio, el entrañable Sergio Fabián. Amigo de cien y una aventura. Compinche de mas de cuarto de siglo, hoy también viviendo en Miami. Esta es solo otra de sus singulares anecdotas.


Pasada la medianoche, comenzamos nuestro derrotero por las paredes más apetecibles. La hora era ideal para eludir los feos epítetos provenientes de los vecinos, indignados por la forma en que ensuciábamos los muros del barrio. Al final de la avenida Hipódromo encontramos lo deseado, no nos amedrentó el hecho de que fuese una pintada fresca de los peronchos. Me acuerdo que tras unos minutos, hicimos un parate en la blanqueada. Esperábamos que Sergio, con dos tachos en sus manos, volviera de la esquina. Una oportuna canilla le proveería del vital elemento.


El estruendo de tambores y gritos nos hizo parar de un salto, abandonando los cómodos canteros de santa ritas donde estábamos sentados. Conocíamos y temíamos ese ruido. Como treinta militantes de la Juventud Peronista, con todo su arsenal bélico, aparecieron en la esquina opuesta a la entrada de la pista hípica.

—¿Y Sergio? —pregunté alarmado, no recuerdo a quien.

—Demasiado tarde, si no se escondió…lo masacraron. —Comentó sonriendo Augusto Carinelli. El gracioso del grupo.


Mientras corríamos, desbandándonos cada uno por su lado (como habíamos planeado de antemano), volví a pensar en mi amigo. Seguro no se había percatado de la llegada de nuestros rivales políticos. Quienes comenzaron su bulla de repente, al divisarnos como a una cuadra de distancia.


Por siempre retendré la curiosa imagen que capturaron mis retinas esa madrugada. Los militantes del Santiago Pampillón buscando la protección de las calles aledañas a la avenida, y el nutrido grupo de la J.P vociferando barbaridades como ochenta metros detrás. Esto no constituía novedad alguna. No era la primera, ni seria la última vez que evitáramos inmolarnos por la causa libertaria. El elemento distintivo de aquella visión, fue el individuo que venia marchando en medio del compacto grupo.


Sergio Fabián Coniglio se había abierto la camisa y tenia todo el pelo revuelto. Alzaba amenazante su puño izquierdo y hasta creí divisar en sus ojos un velo de ira. Sin duda, el camuflaje perfecto. Pude distinguir la conocida voz entre el griterío, les diré que sus insultos resultaron los mas groseros que escuchamos tras nuestras espaldas.


Ah…me olvidaba un detalle. Una gruesa cadena que sostenía en su mano derecha, completaba la ingeniosa metamorfosis que lo salvó de la golpiza de su vida.

7 comentarios:

  1. soldado que se disfraza sirve para otra guerra, dicen.
    me gustó cómo está contada... con amabilidad y respeto, cosas que no estaban pasando.
    será real, pregunta la curiosa..
    skål!!!

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  2. ja! que habilidad para el camouflage! Buenísimo Walter, y coincido con Cla, está contada con amabilidad, cosa que creo es producto del tiempo transcurrido.
    Hoy me he deleitado con dos relatos tuyos maravillosos, éste y el de Sandro que posteaste en tu otro blog. Se los recomiendo a todos porque está buenísimo! Sobre todo para los que andamos por el medio siglo...y pico!

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  3. Gerard, muy bueno, adhiero a lo dicho por las chicas, me gustó mucho, ¡que grande tu amigo!, el mejor lugar para esconderse es el más evidente jajajaja, saludos

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  4. Felicitaciones Gerard: excelente, que fue de la vida del guerrero? se habra hecho mercenario en algun conflicto bélico?

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  5. Muy bueno, Walter. Me recordó viejos tiempos y ciertos personajes que conocí por ese entonces... Me voy a leer lo de Sandro, aunque no era santo de mi devoción. Un abrazo.

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  6. El mejor escondite es el que está a la vista de todos. Es como en "La carta robada" de Edgar Allan Poe.

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  7. Les agradezco los comentarios. Este es un hecho real y tengo más desopilantes historias de mi pintorezco amigo que les iré acercando de a poco.
    Un abrazote para todos...

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